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Actualizado: 11 de junio de 2025


¡Dios mío, si será!... Sin querer confesárselo, sintió un remordimiento por lo que acababa de pensar, y la superstición le hizo creer que su hijo nacía en el mismo instante en que el padre renegaba en cierto modo de él y de su madre. ¡Alma de mi alma! gritó Bonis, echándose de un salto al suelo ; ¡sería eso como nacer huérfano de padre! ¡Hijo mío! ¡Emma, Emma, mujercita mía!

La prudente mujercita pasó una noche muy inquieta pensando las consecuencias probables o posibles de la grave revelación que se había visto obligada a hacer al marqués.

Su primera esposa, una mujercita delicada y bonita, había sufrido las más vivas y celosas sospechas de su marido, hasta que un día éste convidó a su casa a todo el Bar para que su infidelidad quedase plenamente probada. Pero al llegar los de la partida, encontraron a la tímida e inocente criatura tranquilamente ocupada en sus obligaciones caseras, y tuvieron que retirarse corridos y avergonzados.

Temo algún percance inmediato.... Voy a ver.... La señora se ha quedado tan abatida.... Entró Primitivo, y sin mostrar alteración ni susto dijo «que subiese don Máximo, que al capellán le había dado algo; que estaba como difunto». Vamos allá, hombre, vamos allá. Esto no estaba en el programa murmuró Juncal. ¡Qué trazas de mujercita tiene ese cura! ¡Qué poquito estuche!

Era una mujercita delicada, de complexión casi enfermiza, sin rasgos enérgicos de belleza con que atraer y dominar: su rostro carecía de expresión y su cuerpo de gentileza: sus posturas eran lánguidas, como si todo su organismo estuviera sometido a la impasibilidad de un temperamento ingénitamente casto, reflejo de un alma privada de inspirar pasiones e incapaz de sentirlas.

Ella replicaba que sólo se adora a Dios y a los santos, que le bastaba ser querida, pero muy querida, y que la única ambición de su vida era ser mi mujercita, que yo la llevase a donde bien quisiera, aunque fuese a Galicia. Viendo sus ojos posarse sobre los míos anhelantes, escuchando su dulce acento enternecido, cualquiera diría que estaba profundamente enamorada de .

Luego rió viendo cómo corría, con una agilidad de insecto saltador, de tejado en tejado, agitando sus velos como las alas de una mariposa blanca, bordeando el abismo de los profundos patios, para llegar hasta la mujercita de birrete doctoral que le aguardaba llevándose ambas manos al pecho, henchido de emoción.

Pero el médico, transformado ya en un hombre impetuoso y triunfador, aseguró, audaz: ya no tendrás miedo a nada...; serás mi mujercita..., mi gloria, y ya nadie jamás podrá dañarte, ni perseguirte, ni hacerte llorar...; ¿no sabes que vamos a la paz y a la dicha?...; ¿no sabes que vamos a Luzmela?

¡Eh! ¿qué tal? ¿se te ha pasado ya el susto, mujercita mía? dijo Montiño, en quien la debilidad era un defecto incurable.

Confiesa que tienes más ganas que yo de ir a Madrid. Lo confieso a la faz del mundo. Porque te aburres aquí. Porque me aburro soberanamente. Y porque necesitas un poco de expansión con tus amigos. Y porque necesito mucha expansión. ¿Bromitas todavía, socarrón? exclamó la mujercita tirándole de la nariz. En aquel momento se oyó el ruido de un coche en el patio.

Palabra del Dia

rigoleto

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