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Actualizado: 11 de junio de 2025


Tuvo necesidad de descargar en alguien su cólera, de encontrar un responsable á quien atribuir sus desgracias. Cinta se le había revelado como un ser completamente nuevo. Nunca había podido sospechar tanta energía de carácter, tanta vehemencia pasional en esta mujercita obediente y dulce. Debía tener un consejero que aprovechaba sus quejas para hablarle mal del marido.

Antes que se hubiesen reposado convenientemente fueron invitados a comer y los jóvenes aceptaron no como señores de la casa, sino como huéspedes, dejándose dirigir por los criados. La comida fue alegrísima. Tristán esperaba que el criado volviese la espalda llevándose los platos para robar algunos besos a su mujercita.

Así se dice: Fulana es muy mujercita, pues muele un almud o dos almudes, sin levantarse. Ya Vd. supondrá que las pobres jóvenes, por obtener semejante elogio, se esfuerzan en tamaña tarea, que llevan a cabo sin duda alguna, merced al vigor de su edad, pero que no hay organización que resista a semejante trabajo, y sobre todo, a la penosa posición en que se ejecuta.

Y volvía monótona, repitiendo el tema, y la mujercita, que no sabía interpretar la página clásica del maestro italiano, traducía en cambio a maravilla la enervante molicie amorosa, los poemas incendiarios que en la habanera se encerraban.

Al tentarse, su persona sonaba á porcelana. Hasta la ropa era dura, y nada diferente del cuerpo. Cuando, solo ya con su mujercita, la estrechó entre sus brazos, no experimentó sensación alguna de placer divino ni humano, sino el choque áspero de dos cuerpos duros y fríos. Besóla en las mejillas, y las encontró heladas. En vano su espíritu, sediento de goces, llamaba con furor á la naturaleza.

Lo que es desarrollada lo está y mucho para su edad... decía el hombre de doña Camila, que saboreaba por adelantado la lujuria de lo porvenir. En efecto, parece una mujercita. Y se la devoraba con los ojos; se deseaba un milagroso crecimiento instantáneo de aquellos encantos que no estaban en la niña sino en la imaginación de los socios del casino.

Al aparecer Alberto, temió que gritase también aquella mujercita vestida de luto que tenía á su lado. Pero era silenciosa en su dolor. Contempló la visión con unas pupilas agrandadas é inquietantes, que hacían recordar los ojos de los aficionados á la morfina. Cerraba los labios con fuerza, y por ambos lados de su boca corrían dos hilos de lágrimas.

Ya en lo alto, es recibido por una mujercita con kimono morado y sembrado de grandes ibis; es la señorita Chadd, que, según se dice, danza en los music-halls, pero que principalmente desempeña otras profesiones menos confesables; pertenece a la «gente alegre» y se gana la vida desayunando, comiendo y bailando el tango en diversos establecimientos de la capital.

Anastasio llegó hasta cerca de la puerta y oyó estas palabras, dichas entre dientes como en un rezongo: Abrí, te digo, soy yo. La puerta se abrió y un relámpago de celos precedió a un relámpago de fuego: Anastasio había descargado su formidable trabuco sobre un salteador y sobre su mujercita inocente, matando a los dos. ¿Y hace mucho tiempo? preguntó Ricardo.

Mario dejaba que su mujercita le contase lo que pensaba hacer con el vestido color fresa cuando la falda se ensuciase demasiado, o bien el número de camisas que iba a poner apartadas y las que dedicaría al uso, o las reformas trascendentales que proyectaba en el ramo de chambras.

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