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A lo lejos me pareció oir las carcajadas de la moderna corte de España, confundidas con las risas de desprecio de los riffeños, de los mejicanos y de los poseedores de Gibraltar. ¡Hasta creí sentir ruido de mejillas abofeteadas, y nuevas risas, y crujidos de huesos que se removían indignados bajo las losas de los sepulcros! «¡Los extranjeros nos insultan!.....» gritaba una voz en los aires.....

Nadie la había visto, pero su hermosura era extraordinaria. Y su raptor y guardián era aquel hombre antipático, siempre de negro, con cara adusta... Le escucharon todos con gran interés: unos, conmovidos egoístamente por la hermosura de la dama; otros, noblemente indignados de que junto a ellos pudiese un hombre realizar este secuestro.

Cuando Rafael le encontró en el puente después de la procesión, estaba próximo a venir a las manos con unos cuantos rústicos, indignados por sus impiedades. Separándose de los grupos hablaron los dos de los peligros de la inundación. Cupido se mostraba, como siempre, bien enterado. Le habían dicho que el río se llevaba agua abajo a un pobre viejo sorprendido en un huerto.

Unas veces era una explosión de gritos indignados, con acompañamiento de silbidos; otras, miles y miles de voces que proferían palabras ininteligibles.

Los más ordinarios son ésos dijo el Cojuelo , y los que ruedan más en el mundo. Y ahora me parece prosiguió diciendo que estarán mis amos menos indignados conmigo, pues la prenda que solicitaban por la tienen allá, hasta que vaya estotra mitad, que es el cuerpo, a regalarse en aquellos baños de piedra azufre. ¡Con sus tizones se lo coma ! dijo don Cleofás.

Parecían indignados. ¿Cuándo se había visto tamaña insolencia?... Buena era la paz, y el pueblo debía regocijarse; ¡pero meterse en el Casino como un motín danzante, para interrumpir el funcionamiento de una industria honrada!... Y habían acabado por repeler gradas abajo aquella fila de señoras desgreñadas por el entusiasmo, de militares condecorados que olvidaban repentinamente sus enfermedades v sus heridas.

Lo más probable es que, indignados justamente por ella, me recriminasen duramente y me prohibiesen la entrada en esta casa... Bien, cásate con ella... ¡y en paz! dijo Venturita poniéndose en pie un poco pálida. ¡Eso nunca! O me caso contigo, o con nadie. Entonces, ¿qué hacemos? No replicó el joven bajando la cabeza con tristeza. Ambos guardaron silencio unos instantes.

La Mazacán iba a contestar, pero entraron en aquel momento Carmen Tagle, Paco Vélez y Gorito Sardona, todos muy compungidos, diciendo que venían del Real, pero que no había allí nadie, nadie... Al pronto creyeron ellos que Monsieur tout le monde estaría en casa de Curra, porque ¡claro está! como era viernes... Pero supieron luego que el grand complet era aquella noche, ¡quién lo creyera!, en casa de la Villasis; y por eso, ellos, muy indignados, habían venido a protestar, porque no les parecía decente acostarse en aquella ocasión sin dar las buenas noches a la pobre Curra.

Algunos de los que estaban en la gañanía lo noche de la juerga, tuvieron que pedir la cuenta y buscar trabajo en otros cortijos. Los compañeros mostrábanse indignados. Iban a llover puñaladas. ¡Borrachos! ¡Por cuatro botellas de vino habían vendido a unas muchachas que podían ser sus hijas!... Juanón llegó a encararse con el aperador.

Tenía algo, mucho, del amigo ingenuo que nos ha pintado a maravilla Edmundo de Amicis en uno de sus libros más hermosos; de ese cruel amigo que nos domina desde el primer día, que nos subyuga, que nos hace sus esclavos, sin que nos sea dable rebelarnos en contra de él; que con una frase nos parte medio a medio, y que, riendo, del modo más natural, en presencia de todos, sin discreción ni consideraciones de ninguna especie, nos dice lo que no queremos que nadie nos diga, o que a propósito de una debilidad o de un afecto que ocultamos con el mayor empeño, nos lanza un chiste que penetra en nuestro corazón como la hoja de un puñal; amigo contra el cual no podemos alzarnos indignados por duro que sea con nosotros, ya porque somos impotentes para replicarle de modo que nos asegure el triunfo, ya porque, a pesar de todo, le estimamos y le amamos por sus muchas cualidades.