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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Eran las buenas y las malas acciones del emperador, que le estaban mirando a la cara. «¿Te acuerdas?» le decían las malas acciones. «¿Te acuerdas?» le decían las buenas acciones. «¡Yo no me acuerdo de nada, de nada!» decía el emperador: «¡música, música! ¡tráiganme la tambora mandarina, la que hace más ruido, para no oír lo que me dicen mis malas acciones!» Pero las acciones seguían diciendo: «¿Te acuerdas? ¿Te acuerdas?» «¡Música, música!» gritaba el emperador: «¡oh, hermano pájaro de oro, canta, te ruego que cantes! ¡yo te he dado regalos ricos de oro! ¡yo te he colgado al cuello mi chinela de oro! ¡te ruego que cantes!» Pero el pájaro no cantaba.
Restalló la fusta, los caballos salieron al galope y el coche desapareció de nuestra vista, mientras gritaba el anciano: ¡Bien! ¡perfectamente!... ¡Loca! Se va sin despedirse, sin abrazarnos. A fe mía, caballero, que aquí tiene usted el asunto que busca para una comedia.
Todavía tenía yo que hacer en la casa, y, mientras sacaba el café de la despensa y pesaba la harina y el tocino para la sopa de la mañana, oía siempre la misma voz que me gritaba en el oído: Es necesario que le hables.
La música seguía rugiendo la Marsellesa, y en la multitud, alguno de los ardorosos, trastornado por la ilusión y por el himno, creyendo que la cosa ya estaba en casa, gritaba a todo pulmón: «¡Viva la República!», lo que azoraba a los pobres municipales y les hacía mirar en derredor, buscando un hueco en el gentío por donde escapar. La hoguera crecía rápidamente.
En el umbral de la barraca se estrecharon las manos unos a otros y se dieron las buenas noches; y unos a la derecha y otros a la izquierda, formando pequeños grupos, regresaron a sus aldeas. ¡Buenas noches, Materne, Jerónimo, Divès, Piorette; buenas noches! gritaba Juan Claudio.
¡Si yo no sé! ¡si yo no sé! gritaba el Obispo desesperado, temiendo por la vida del angelillo. ¡Sí, sí, tú que eres santo! replicaba la madre con alaridos. ¡El cauterio! ¡el cauterio! pero yo no sé... ¡Un milagro! ¡un milagro!... repetía la madre. La vida de Fortunato la ocupaban cuatro grandes cuidados: el culto de la Virgen, los pobres, el púlpito y el confesonario.
Mathys, que parecía ciego de rabia, quiso detenerla; pero Federico dejó caer a Marta en brazos del notario, saltó sobre el intendente, lo asió por el cuello y lo arrojó con fuerza irresistible a la pared, mientras le gritaba fuera de sí: ¡Si das un solo paso te aplasto!
El niño, agitando las manitas, gritaba Pepé, Pepé, y aquellos gritos, que Paz oyó clara y distintamente, por lo corto de la distancia que les separaba, la destrozaron el corazón. Engracia, tranquila y con la sonrisa en los labios, seguía levantando el niño, sin señal de tristeza, como era natural que estuviese, no siendo pariente ni amante suyo el que se iba.
Otros querían que se le desjarretase para poder matarle sin peligro. Por desgracia, la gran mayoría gritaba que era lástima, y que un toro tan bravo debía morir con todas las reglas del arte. El presidente no sabía qué partido tomar. Dirigir y mandar una corrida de toros no es tan fácil como parece. Más fácil a veces es presidir un cuerpo legislativo.
A lo lejos me pareció oir las carcajadas de la moderna corte de España, confundidas con las risas de desprecio de los riffeños, de los mejicanos y de los poseedores de Gibraltar. ¡Hasta creí sentir ruido de mejillas abofeteadas, y nuevas risas, y crujidos de huesos que se removían indignados bajo las losas de los sepulcros! «¡Los extranjeros nos insultan!.....» gritaba una voz en los aires.....
Palabra del Dia
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