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Actualizado: 17 de mayo de 2025


Tengo diez mil reales en casa... Y si no, se vende todo... Se pide limosna. Pero, señora, espere usted... ¿Y su alma, señor cura, y su alma? gritaba ella con los ojos muy abiertos . ¿Acaso esperará la muerte?... ¡Y estará allí solo..., solo, el hijo de mi vida, sin su madre que le haga confesar, que le ayude a bien morir si Dios le llama, que le cierre los ojos y le acueste en la tierra!...

¡Esto está bien! exclamó Juan Claudio ; todo el mundo está de fiesta aquí... Los aliados van a ser bien recibidos. Frente al colegio, la voz chillona del guardia municipal Harmentier gritaba: «Ordeno y mando: que las casamatas se abran para que todos puedan llevar a ellas un colchón y dos mantas por persona.

Robledo sacó su revólver, y espoleando á su caballo se fué metiendo entre los contendientes, apuntando á unos y á otros, al mismo tiempo que gritaba, exigiendo orden. Ayudado por los vecinos que iban llegando, muchos de ellos con rifles, pudo restablecer una paz momentánea.

Casi al mismo tiempo que se hacía este triste descubrimiento, gritaba Pito desde abajo volviendo la mirada hacia los de arriba: ¡Hay hombre, puches, y hasta con su resueyu correspondienti! ¡Arriba con él sin tardanza! gritó Neluco entonces desde lo alto.

Cuando Martín estaba en la escuela, gritaba sin descanso y habría preferido morir de hambre antes de aceptar el alimento de una mano que no fuese la de su compañero. Durante tres años, el enfermo arrastró una existencia miserable: después cayó en cama y murió. Su muerte habría debido parecer una liberación a todos los de la casa; sin embargo, hizo derramar lágrimas ardientes.

Vino a sacarle al pobre Felipe de aquel apuro un coche que, apareciendo por una avenida transversal al trote largo, se detuvo en la de la Muette, al mismo tiempo que asomando medio cuerpo por la portezuela, gritaba un caballero con toda la fuerza de sus pulmones: ¡Alto, señores, alto; deténganse ustedes! Era el anciano conde de Mengis, a quien reconocieron al punto Felipe y Amaury.

¡Per Baco! ¡Per Baco! gritaba el alférez, punteando el compás con las palmas. Beatriz postrose por fin como extenuada sobre el almohadón de terciopelo, junto a Ramiro. El perfume de sus ropas parecía más intenso. Leocadia se le acercó de rodillas, ofreciéndola el chocolate en una jícara de oro. No, tráeme un barro la dijo Beatriz.

Se levantó buscando la puerta; corrió hacia ella despavorida. El terror le daba alas. Entre tanto el anciano gritaba: «Insultándome, , sin respeto a mis canas, a mis sufrimientos de padre... ¡Oh, Señor! Perdónala, perdónala, Señor, porque no sabe lo que se dice». Isidora salió al pasillo cuando llegaba el Director, que al instante comprendió la causa de su miedo.

Tuvo la culpa Paco decía Visitación, ceñidas con una cuerda las piernas, por encima del vestido . Empujó demasiado fuerte, para que se cayera Saturno y, ¡zas! subió la barquilla allá arriba y al bajar... se enganchó en ese palo. Obdulia no se movía, pero gritaba sin cesar.

Y silbaba la rama y caía sobre una espalda cualquiera, la más próxima, á veces sobre un rostro, dejando una marca primero blanca, roja despues, y más tarde sucia gracias al polvo del camino. ¡Adelante, cobardes! gritaba á veces en español ahuecando mucho la voz. ¡Cobardes! repetían los ecos del monte.

Palabra del Dia

bagani

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