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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Tienes que pasar tu brazo en torno de su cuerpo me gritaba una voz interior, de lo contrario no descansará bien. Dos veces, tres veces, traté de hacerlo, pero retrocedía de espanto. ¡Si Marta fuera a despertarse bruscamente! Pero no, sus ojos nada veían, sus oídos nada oían. Y me decidí... Entonces se apoderó de mí una alegría desatinada.
Se oyó después el golpe dado contra la pared por una puerta abierta violentamente, y la voz de Miguel que gritaba: «¡Abre, Antonieta! En nombre del Cielo, ¿qué sucede?» La respuesta fue precisamente la que yo había escrito en mi carta: «¡Socorro, Miguel! ¡Es Henzar!» El Duque lanzó una blasfemia y golpeó violentamente la puerta.
Se abrió la puerta de la alcoba, y antes que nada, Bonifacio oyó distinto, claro, el quejido sibilítico de un recién nacido. «¡Su propia carne volvía a nacer llorando!». ¡Un niño, tiene usted un niño, señor! gritaba Eufemia, que entraba como un torbellino y llegaba hasta tocar al pasmado Bonis, sin reparar en que estaba el señorito en camisa en mitad de la alcoba.
12 Y toda su carne, y sus costillas, y sus manos, y sus alas, y las ruedas, lleno estaba de ojos alrededor en sus cuatro ruedas. 13 A las ruedas, oyéndolo yo, se les gritaba: ¡Rueda! 14 Y cada uno tenía cuatro rostros. El primer rostro era de querubín; el segundo rostro, de hombre; el tercer rostro, de león; el cuarto rostro, de águila.
Permaneció inmóvil, con su mirada fija en el grupo. «¡Vas á cometer un disparate!», gritaba una voz en su interior. Y pasó por su memoria la imagen del duro Saldaña, bondadoso y tolerante con los débiles, como todos los que están seguros de su fuerza.
Había hombre que pasaba una hora repitiendo sin cesar: «¡No hay derecho a meterse en la vida privada de nadie!» o bien: «Eso sucederá en Alemania, ¡pero como estamos en España!»... Alguno era, todavía más breve, y gritaba siempre que le dejaban un hueco: «¡Chiflos de gaita! ¿sabéis? ¡chiflos de gaita!» hasta que caía exánime en el diván.
¡Este les pone á todos la pata! Pero, señores, gritaba don Custodio al oir tantas exclamaciones; seamos prácticos, ¿qué local hay más á propósito que las galleras? Son grandes, estan bien construidas, y maldito para lo que sirven durante la semana.
No tenía remedio y sufriría inútilmente toda su vida. Pero los padres no parecían pensar que esa muerte fuera una felicidad y una liberación. La señora gritaba desconsolada... El señor estaba fuera de sí... Llegaba a dudar de la muerte de esa frágil y tierna criatura. Conservando algo como la sombra de una esperanza, explicó al médico dónde y cómo la encontraran.
Una mujer lamentaba algo peor que la muerte: «¡Mi hija!... ¡Mi pobre hija!» Su mirada de odio y de locura denunciaba la tragedia secreta; sus alaridos y lágrimas hacían recordar á la otra madre que gritaba lo mismo en el castillo.
García creyó escuchar una voz misteriosa en sus oídos que le gritaba: «¡Arráncale la vida! ¡Bebe toda su sangre!» Se abrió paso al través de la muralla de carne que le separaba de aquel ser abyecto y encarándose con él le dijo temblando de cólera: Sólo por un desconocimiento absoluto de los principios que informan el arte dramático se puede hacer una crítica tan ligera, tan superficial y tan injusta como la que usted está haciendo de la obra que se representa.
Palabra del Dia
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