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Actualizado: 17 de junio de 2025
Un enjambre de niños correteaba y gritaba en las cortas avenidas alrededor del monumento expiatorio. Lo primero que vió Julio al entrar fué un aro que venía rodando hacia sus piernas empujado por una mano infantil. Luego tropezó con una pelota. En torno de los castaños se aglomeraba el público habitual de los días calurosos, buscando la sombra azul acribillada de puntos de luz.
En el puente de la piragua más cercana se distinguían varios hombres ocupados en las maniobras de las dos velas, y muchos otros aplicados a los remos. De cuando en cuando se oía una voz que gritaba: ¡miro! ¡miro!; pero el Capitán se guardaba muy bien de darle crédito.
Una voz áspera y poderosa gritaba, de trecho en trecho, el pregón de la muerte. «Esta es la justicia que manda hacer el Rey nuestro señor a ese hombre, por culpable en haberse puesto en partes públicas unos papeles desvergonzados contra Su Majestad Real. Manda muera por ello.» Ramiro caminaba a la par del alguacil Pedro Ronco, que iba montado en su famoso rocín todo negro.
Compadéceme, Fermín gritaba don Pablo. Ten lástima de la cruz que llevo a cuestas. El Señor ha derramado todos sus dones sobre su indigno servidor, que soy yo. Tengo riquezas, una madre que es una santa, esposa cristiana e hijos obedientes; pero en este valle de lágrimas, la felicidad no puede ser completa.
Veía siempre aquella mirada, suplicante, humilde, extraviada: me desesperaba por no haber podido decir una palabra de consuelo á aquel desgraciado corazón antes de acabarse su existencia, y gritaba como un loco al que ya no me oía ¡yo te perdono! ¡yo te perdono! ¡Oh! ¡qué instante, Dios mío!
Veía abrirse de pronto un ventanal en su imaginación, y pasaban por este cuadro luminoso la melancólica Cinta, su hijo Esteban, el puente del buque, Tòni junto al timonel. «¡Olvida! gritaba la voz de los malos consejos, borrando la visión . ¡Goza del presente!... Tiempo te queda para ir en busca de ellos.»
Luego que bajé el primer tramo, dí un suspiro, y saltaba los escalones de dos en dos, temeroso sin duda de que el ingeniero viniera á cogerme segunda vez. ¡Oiga usted! ¡Venga usted aca! me gritaba desde arriba. ¡Verá usted un grupo magnífico!
Otra vez eran dos fracciones políticas que, bramando de ira, se levantaban en masa, la una contra la otra. ¡Facciosos! gritaba la de la derecha. ¡Pancistas! respondía la de la izquierda.
Al oir estas palabras, un grito de júbilo estalló en la reunión. Todos palmoteaban; todos chillaban dirigiéndose exclamaciones de asombro y de gozo. ¡Tiene gracia! ¡Venir á un duelo y salir un casorio!... Á mí me daba el corazón que los dos se querían... ¡Y á mí! ¡Y á mí! El señor Rafael, loco de alegría, gritaba: ¡Vivan los novios!
Ocupaba un lugar en lo más alto de la popa, llamado «el tabernáculo», sentábase en un sillón de brazos semejante al de los antiguos barberos, y desde él gritaba sus órdenes a los proeles, mozos, grumetes y pajes, marinería despechugada, medio desnuda y famélica, en antigua relación con toda clase de parásitos. Al cerrar la noche se apagaban en el buque fuegos y luces, por miedo al incendio.
Palabra del Dia
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