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Actualizado: 17 de mayo de 2025


Un árbol, del que había grandes bosques, daba su nombre a las islas; el uac-uac, llamado así porque gritaba o ladraba con iguales sonidos a todo el que ponía por vez primera el pie en el archipiélago. Y este árbol tenía en la extremidad de sus ramas, primero, abundantes flores, y luego en vez de frutas, hermosas muchachas, beldades vírgenes, que podían ser objeto de exportación para los harenes.

De cuando en cuando gritaba: «¡Miau! ¡Miau!», procurando imitar el maullido de los gatos y consiguiéndolo a medias. Acercose al fin a la puerta, y una vez allí repitió con más fuerza y más a menudo sus formidables maullidos. Hasta que salió Paca, y poniéndose en jarras comenzó a increparle. ¿Eres , so arrastrao, porconaso, escandaloso?

No podía quedar impune semejante crimen. ¿Y la ruina de tanto padre de familia? En la calle, en la miseria, sin pan, por las malas artes de aquel aventurero, que supo engatusar a todos con su Banco de fantasía. Los bastones en alto, se gritaba a voz en cuello; la atmósfera hacíase cada vez más pesada, con el humo, con el polvo y el ardor de los concurrentes. ¡Muera Schlingen!

¡Hombre, eso no! gritaba el chantre ¡ella está hecha una santa; después de su enfermedad, desde que estuvo si la entrega o no la entrega, su vida es ejemplar. Si antes era una señora virtuosa, como hay muchas, ahora es una perfecta cristiana. Está más delgadilla, más pálida, pero hermosísima... quiero decir, que edifica, que es una santa... vamos... una santa....

También lo tenía aplicada en las nalgas enrojecidas y en las mejillas ensangrentadas de Catalina de Aragón, la domadora de vampiros... Como realmente esa noche la pobre mujer no podía proporcionarse dinero, los golpes fueron más recios que de costumbre. Y ella gritaba y gemía como si la desollasen viva...

Aquel mismo embrión de conciencia que en el fondo de su ser, donde todos tenemos escrita desde ab initio gran parte del Decálogo, le gritaba: «no hurtarás», le dijo con no menor energía: «tienes derecho a reclamar lo que te ofrecieron». Y, obedeciendo a la impulsión, la criatura echó a correr en la misma dirección que su abuelo.

Era en vano que la superiora tratase de anonadarle con toda suerte de epítetos como: ¡impío, condenado, miserable, renegado! En vano le gritaba con el acento de la más santa indignación: «¡Tema la cólera del Cielo y de los hombres, usted que ha osado hacer oír palabras mundanas a unos oídos castos, usted que no ha temblado al tocar la mano de una esposa de Dios!

¡Oh! ¡no! ¡es mi hija! ¡no me robes mi hija, ya que me has robado mis padres! dijo la mujer sollozando. Tras estas palabras una lucha corta pero breve, acompañada del llanto de una criatura; la lucha de un fuerte y de un débil; luego la voz de la mujer que gritaba: ¡Mi hija, la hija de mis entrañas! ¡dame mi hija!

Si don Eugenio ponía cara de perro a las peticiones, surgía la protesta en la rapaz parentela que tanto le quería. ¡Id allá, granujas! gritaba el comerciante . ¿Qué os debo yo para que vengáis a saquearme? Nada tengo que agradeceros, como no sea haberme abandonado en medio de esa plaza.

A la mitad de la calle del Arenal comenzó a seguirle un muchacho, empeñado en venderle un décimo de la lotería. ¡Mañana se juega! gritaba.

Palabra del Dia

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