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Actualizado: 1 de junio de 2025
Ni él mismo sabía lo que le correteaba por el magín. Bien presumía antes a cuántos riesgos se exponían Nucha y su hija viviendo en los Pazos: ahora..., ahora los divisaba inminentes, clarísimos. ¡Tremenda situación! El capellán le daba vueltas en su cerebro excitado: a la niña la robarían para matarla de hambre; a Nucha la envenenarían tal vez.... Intentaba serenarse. ¡Bah!
Hacía su tocado en la forma sumaria que conocemos ya; correteaba por plazas, caminos y callejuelas; se metía con las señoritas que llevaban alguna moda desusada, remiraba escaparates, curioseaba ventaneros amoríos, y se acostaba rendida y sin un pensamiento malo. Ahora... ¿quién le dijo a ella que el aseo y compostura que gastaba no eran suficientes? ¡Vaya usted a saber!
El chico, un ángel de Dios, trabajador, modosito y callado, estaba en una casa de comercio; la niña ¡cuánto siento no tener aquí su retrato! la niña, que era un serafín, con unos ojazos azules y una trenza rubia, gruesa como mi brazo, y que cuando correteaba por nuestro huertecillo parecía una de esas señoritas que salen en las óperas, no iba a Barcelona con su madre sin que algún joven viniera tras sus pasos.
Comían mejor en casa del zapatero. La chiquillería escrofulosa que correteaba por el claustro era la que mejoraba de suerte con la enfermedad del pequeño, cada vez más débil, inmovilizado horas enteras, con una respiración casi imperceptible, sobre el regazo de la madre. Cuando murió el infeliz, toda la gente del claustro se agolpó en la casa.
Trabajaba como asistenta en las casas más acomodadas del barrio, cosía para las vecinas, correteaba ropas y alhajas en representación de cierta prendera amiga suya y hacía pitillos para los señores, recordando sus habilidades de la juventud, cuando el señor Juan, novio entusiasta y zalamero, venía a esperarla a la salida de la Fábrica de Tabacos.
Un enjambre de niños correteaba y gritaba en las cortas avenidas alrededor del monumento expiatorio. Lo primero que vió Julio al entrar fué un aro que venía rodando hacia sus piernas empujado por una mano infantil. Luego tropezó con una pelota. En torno de los castaños se aglomeraba el público habitual de los días calurosos, buscando la sombra azul acribillada de puntos de luz.
¿Aónde vas tú, cabezota? gritó deteniendo a un pequeño que correteaba perseguido por otros . Fíjese, don Isidro, qué guapo: paece el niñico Jesús. Su madre es una italiana con ocho hijos, y anda malucha, tendida por los rincones, sin poer la probe ocuparse de ellos. ¡Si no fuese por mí!... ¡Ah, ladrón!
Correteaba con ellos por las avenidas entre los gritos de las aves exóticas, formaba grandes ramos de flores, y él tenía que ocultarse en los pisos altos huyendo de esta alegría infantil, á la que encontraba algo de desesperado y fúnebre. Las noches le parecían interminables.
La cabrita mansa y asustadiza que correteaba perseguida por él, y le miraba con ojos tristes en sus días de alejamiento, era una mujer con toda la firmeza imperiosa y la superioridad dominante de las hembras de los países meridionales. La limpieza y el ahorro tomaban en ella el carácter de intolerables tiranías.
Palabra del Dia
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