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Actualizado: 26 de julio de 2025
¡Si yo no sé! ¡si yo no sé! gritaba el Obispo desesperado, temiendo por la vida del angelillo. ¡Sí, sí, tú que eres santo! replicaba la madre con alaridos. ¡El cauterio! ¡el cauterio! pero yo no sé... ¡Un milagro! ¡un milagro!... repetía la madre. La vida de Fortunato la ocupaban cuatro grandes cuidados: el culto de la Virgen, los pobres, el púlpito y el confesonario.
Poco a poco se había acostumbrado a esto, a no tener más placeres puros y tiernos que los de su imaginación. Pensando la Regenta en aquella niña que había sido ella, la admiraba y le parecía que su vida se había partido en dos, una era la de aquel angelillo que se le antojaba muerto.
Palabra del Dia
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