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La música seguía rugiendo la Marsellesa, y en la multitud, alguno de los ardorosos, trastornado por la ilusión y por el himno, creyendo que la cosa ya estaba en casa, gritaba a todo pulmón: «¡Viva la República!», lo que azoraba a los pobres municipales y les hacía mirar en derredor, buscando un hueco en el gentío por donde escapar. La hoguera crecía rápidamente.

Azoraba todo esto a Currita, pareciéndole indicio cierto de conjura sospechosa, y al mismo tiempo que procuraba sostener y animar la desmayada conversación de sus comensales, prestaba oído atento a lo que por fuera del comedor pasaba... Sucedía de ordinario los viernes que, aun antes de terminarse la comida, poblaban ya los salones gran número de tertulianos que se apoderaban de las mesas de tresillo y de billar y formaban grupos y corrillos llenos de la alborotada animación, que duraba siempre hasta muy entrada la madrugada... Nada se oía aquella noche, y cada vez más inquieta Currita procuraba alargar la comida, agotando todos los recursos de su ingenio e intercalando entre plato y plato historietas que equivalían a las más picantes salsas, con el fin de dar tiempo a la llegada de la gente y evitar que los comensales recibiesen la mala impresión de encontrar los salones desiertos.

Al sentirse renacer, como aquella Ave Fénix citada por tantos autores sacros y profanos, saboreó Ramiro con lánguida avidez la delicia de vivir. Todo le azoraba, y el milagro del mundo volvía a maravillarle. Sentado ahora junto a la vidriera, miraba con pensativa puerilidad las nubes espesas de aquel principio de invierno.