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De pronto oyeron en la escalera los pasos de su padre, torpes y vacilantes, como los de un beodo. Rosa se estremeció. Quiso ocultarse en su cuarto; pero antes de que pudiese hacerlo, ya el bárbaro molinero había caído sobre ella, mudo y rabioso como un tigre. La arrojó al suelo y empezó a darle tremendos golpes con una gruesa vara de fresno.

Si la daba una torta, ella le devolvía tres; y era inútil que al regresar de la busca se comprase en las tiendas del Estrecho una buena vara de fresno o cortase un palo espinoso en cualquier vallado: equivalía a proporcionar armas al enemigo, pues la Borracha acababa por cogérselo, arreándole con él para que saliese de la taberna.

Atrevióse el inglés, de engaño armado Porque al león de España vió en el nido, Las uñas en el ámbar, y vestido, 1065 En vez de pieles, del tusón dorado. Con débil caña, no con fresno herrado, Vió á Marte en forma de español Cupido, Volar y herir en el jinete, herido Del acicate en púrpura bañado. 1070

¿Yo mujer de un albéitar?... Isidora, mira que te cojo... y ni tu tío el Canónigo te saca de mis manos. Basta de bromas. ¡Vaya, que te tomas unas libertades!... Nuestros gustos son diferentes. Su gusto de usted, señora, se amoldará al gusto mío. Eso se lo enseñará a usted mi secretario, que es una vara de fresno. ¡A ! exclamó ella con brío, deteniéndose y mirándole.

Por la maleza, hasta aquel fresno cuyas ramas se inclinan sobre el agua. No os ocupéis de , que correr tan ligeramente como vos. Y ahora, por el arroyo. Nos mojaremos los pies, pero hay que hacer perder la pista al perro, que probablemente es de tan mala ralea como su amo.

El recuerdo de la mujer que apagó su sed, la chispa de aquellos ojos cándidos, envolviéndole en una mirada de piedad y amor, es lo único que le sostiene... Ella llega, después de dejar dormido al feroz compañero. Le enseña en el fresno la empuñadura de la espada que hundió el dios Wotan: nadie puede arrancarla; sólo obedecerá a la mano de aquel para quien la ha destinado el dios.

Aquellos montes, separados de la tierra de los humanos por valladares de infranqueables precipicios, eran la ciudad de Asgard, en la cual vivían los dioses alegremente, bajo un cielo clemente siempre, y la gran nube de vapores que surgía de la cumbre y se extendía en ancho espacio por los cielos, no era una columna de ceniza, sino el enorme Fresno Idgrasíl, á cuya sombra descansaban los dueños del universo.

Los jornaleros, de camisa limpia y con sus mejores ropas; si eran jóvenes, iban en cuerpo, pero con chivata o larga vara de membrillo, oliva o fresno; y si eran ya mayores de edad, con capa, para el conveniente decoro, por ser por allí la capa el traje de etiqueta, del que no se puede prescindir, aunque se achicharre o derrita el humano linaje, como era entonces el caso, porque el sol hacía chiribitas.

Embelecos nerviosos y ráfagas de histerismo, afecciones de que Juliana se había reído más de una vez, atribuyéndolas a remilgos de mujeres mimosas y a trastornos imaginarios, que, según ella, curaban los maridos con jarabe de fresno.

Blanca y limpia con sus persianas inmaculadas y sus cristales brillantes bajo unas cortinas un poco antiguas, se abre con discreta elegancia en un patio plantado de árboles y adornado de canastillos floridos, al que llamamos pomposamente «nuestro jardín...» Tengo en él mis rosas preferidas y mis plantas favoritas; y cultivo con éxito cuanto tiene la dicha de agradarme, con tal de que no necesite mucho sol, ni mucha sombra, ni muchos cuidados... En un rincón de nuestro minúsculo jardín y debajo de un fresno llorón, tengo hasta un banco, un banco inmenso, una mesa de labor y unos cuantos sillones de mimbre... En verano, hacemos allí salón, y llevo la fantasía hasta dar tés... Mis amigas pretenden que una taza de perfumada con la fragancia de las rosas que nos rodean, no es ya una taza de , sino una taza de néctar... ¡Dichosa ilusión!