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Actualizado: 12 de junio de 2025
El toro, en el mismo instante en que él se disponía a entrar a matar, había arrancado inesperadamente contra él, atraído por la «querencia» del caballo que estaba a sus espaldas. Fue un encontronazo brutal, que hizo rodar y desaparecer entre sus patas aquel cuerpo forrado de seda y oro.
Yo odio el Colón convencional fabricado por el vulgo dijo Isidro . Ese Colón que ven todos, lo mismo que en las estatuas y los cuadros, con el capotillo forrado de pieles, una mano en la esfera terrestre (que conocía menos que cualquier escolar de nuestra época) y con la otra señalando a Poniente, como quien dice: «Allá está América; la veo y voy a ir por ella...». Y Colón murió sin enterarse de que las tierras descubiertas eran un mundo nuevo y desconocido; diciendo en su carta al Papa que había explorado trescientas leguas de la costa de Asia y la isla de Cipango, con otras muchas a su alrededor... Las trescientas leguas asiáticas eran las costas atlánticas de la América Central, y Cipango (o sea el Japón) la isla de Santo Domingo.
Yo lo sabía, pero quería que la vanidad de decir, de que supiese todo el mundo que yo era vuestra querida, os costara muy caro; y no me contenté con la casa, y con los muebles, y con la cocina, y con los criados, y con la carroza, y con el camarín forrado de raso en el coliseo; no, no, señor: os pedí diamantes, y perlas, y brocados, y sedas, y plumas, y encajes... habéis gastado conmigo un tesoro, sólo por hacer rabiar á los otros grandes y decirles: yo soy más que vosotros, mucho más que vosotros; yo tengo todo lo que vosotros no podéis tener, desde el rey hasta la cómica... y ellos rabian... y como lo que me habéis dado es el precio de la rabia que hacéis tener por mí á más de tres, no os agradezco lo que me habéis dado, y lo doy á mi vez á quien quiero.
Algunas mujeres lavaban ropa en grandes artesones, otras se estaban peinando fuera de las puertas, como si dijéramos, en medio de la calle. «Van ustedes perdidos» nos dijo una que tenía en brazos un muchachón forrado en bayetas amarillas. Buscamos la casa de D. Francisco Bringas. ¿Bringas?... ya, ya sé dijo una anciana que estaba sentada junto a la gran reja . Aquí cerca.
De Bilbao habían contestado a Urbistondo aceptando mi ofrecimiento. Iba a tener barco que mandar. Fuí a buscar a Mary para traerla a Lúzaro y presentarla en casa de la mujer de Recalde. Era el día de Nochebuena. Llevaba en un estuchito forrado de raso un anillo de oro con unas perlas para Quenoveva, que me había costado ocho duros, y en un paquete unos juguetes para los chicos de Urbistondo.
Currita bajó las escaleras apoyada en el brazo de Butrón, encontrando al pie de su berlina, preciosa monería, verdadero juguete forrado de raso azul con botones de terciopelo, que parecía el delicado estuche destinado a guardar una joya.
Sí lo tienes; ponte ese chaquetón forrado; ya verás qué pronto entras en calor. En el chaquetón que le presentaba su tío cabían cómodamente, a más de él, otros dos sobrinos. Pero Andrés estaba tan asustado, que se lo metió sin replicar. Ahora hace falta que te abrigues esa cabeza, hombre, ¡esa cabeza!... El sombrero lastima la frente... Espera un poco; tengo yo un gorro que te vendrá de perilla.
A la mitad del acto cuando Dinorah recobra la razón y quiere recordar la bellísima plegaria ¡Sancta María! entre sublimes vacilaciones de la orquesta, que parecen revelar los esfuerzos mentales de la pobre loca, envolvióse Currita en su soberbio abrigo de terciopelo granate, forrado de pieles blancas, y aceptando en señal de reconciliación el brazo de Diógenes, salió del palco escoltada por Villamelón y Leopoldina, gozoso él por irse a dormir su indigestión, furiosa ella por marcharse sin oír el coro final de la romería.
Vamos siguió él ; convenga usted conmigo en que su fisonomía y su porte son demasiado aristocráticos para estas flamenquerías: mejor estaría usted con un traje de baile, de raso muy claro, por ejemplo, y con un gran abrigo forrado de pieles que le llegase hasta los pies...; pero que no los ocultase... Nada de alhajas: el lugar que cubrieran valdría más que el mejor brillante.
La percalina de que iba forrado el féretro miserable se había abierto por dos o tres lados; se veía la carne blanca de la madera, que chorreaba el agua. Los que conducían el cadáver le zarandeaban. La fatiga y cierta superstición inconsciente les había hecho perder gran parte del respeto que merecía el difunto. Todos los hachones se habían apagado y chorreaban agua en vez de cera.
Palabra del Dia
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