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Actualizado: 10 de junio de 2025
Cursé la segunda enseñanza en Orense, y la facultad de medicina en Santiago. Mi padre hubiera deseado que fuese farmacéutico, pero nunca tuve afición a machacar y envolver drogas. Además, en el instituto de Orense observé que mis compañeros tenían por más noble ejercicio el de la medicina, y esto me decidió enteramente a desviarme de la profesión de mi padre.
¡Oh!, no son disparates replicó el farmacéutico, dando algunos pasos delante de ella y procurando que dichos pasos fueran todo lo airosos posible . Perdóneme usted mi atrevimiento. Yo las gasto así; siempre he sido Juan Claridades, y cuando una idea quiere salir de mí, le abro la puerta para que salga, porque si la dejo dentro, estallo... Pues decía... ¿Se va usted a enfadar?
Cerca de la mesa de billar, tomando café arrimados a un velador, el fiscal y dos amigos; y jugando chapó, con el estrépito de siempre, el Ayudante de Marina y Leto Pérez el farmacéutico: el primero sin corbata y con el cuello y el chaleco desabotonados; el segundo lo mismo, y además en mangas de camisa; licencias muy justificadas en aquella ocasión, porque tal era el calor que hacía, que «se asaban los pájaros», al decir del hijo del boticario sin apartarse mucho de lo cierto.
Tú no eres ya un niño, y debes decidir por ti mismo estas cosas. ¡Yo!, ¡que vaya yo! murmuró el joven farmacéutico, sintiendo un temblor, un frío... Se ponía malo de sólo pensarlo. Tú, sí, tú... Déjate de miedos y vacilaciones. Si lo quieres hacer lo haces, y si no lo dejas.
No faltó tampoco quien, como el farmacéutico Teruel, permaneció algunas horas en pie al lado del tonel, firme, inconmovible como una estatua de bronce acercando por intervalos regulares el vaso á sus labios mientras se dibujaba en ellos una sonrisa de lástima. ¡Todo, todo lo tiene este hombre!
Acudió igualmente aquella tarde á Entralgo el farmacéutico Teruel, hombre profundo, inventor de ciertas pastillas contra las lombrices que eran el asombro y el orgullo del concejo. De todos los rincones de Asturias solían venir demandas de estas famosas pastillas. En Madrid mismo, donde las importó una señora de Oviedo, adquirieron prosélitos. Habían salvado de la muerte á la esposa de un diputado asturiano, el cual en recompensa había hecho condecorar al benemérito boticario con la cruz de Isabel la Católica. Mas después de este esfuerzo químico tan prodigioso el ingenio de Teruel se había agotado ó había dormido para siempre. Ó considerando tal vez vanas y engañosas las glorias humanas, había decidido renunciar á toda labor científica. Lo cierto es que desde hacía largos años estaba dedicado á pescar truchas con caña en el río y á beber sidra en los lagares. ¿Quién regentaba la botica en su ausencia casi continua? Su digna esposa D.ª Teresa.
Abría la boca para articular una sílaba: ya había dicho una sentencia. ¿Pedía la teta? Aquello era, según la opinión del astrólogo, un incomprensible aforismo. Pasaban dos, cuatro y seis años, y con la edad crecía la fama del joven Orejoncito. ¿Sabe usted lo que he visto, señora Nicolasa? decía el farmacéutico un día con cierto tono de misterio que asustó á la buena mujer.
¡Diantre! ¿Y de dónde lo has sacado? Un joven farmacéutico, del que había recibido lecciones de baile, y al que había trastornado la cabeza, le había hecho una vez ese encantador regalo... ¿Y te ibas a beber eso, perra?
Don Germán le había hablado más de una vez del asunto desde que llegaron, pero no daba su brazo a torcer y esquivaba la conversación por temor de que se le fuera la lengua. Al fin se le fue cierto día estando de sobremesa. Habían comido con ellos Cirilo y Visita y el farmacéutico Vilches con su esposa, primos de Elena. Visita inocentemente le preguntó cuándo se representaba su drama.
Por anticipado, desde luego, mi señor don Alejandro continuó el farmacéutico sin hacer caso de la interrupción , le prometo a usted que mi hijo cumplirá con su deber, como yo cumplo ahora, y he de cumplir en adelante, con el mío; eso es.
Palabra del Dia
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