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Actualizado: 11 de octubre de 2025
La una estaba pálida y tenía la vista fija constantemente en el suelo: la otra la miraba de vez en cuando con inquietud y tristeza. Cuando me acerqué guardaban silencio, pero no tardó en romperlo la primera exclamando en voz baja y con acento melancólico: ¡Si lo hubiera sabido, no saldría hoy a paseo! ¿Por qué? repuso la segunda. De todos modos algún día os habíais de encontrar.
Una tempestad de bravos y de aplausos estalló al fin en el teatro, y Villamelón salió entonces de su arrobamiento, exclamando con aire de reconcentración profunda: ¡Lo dije!... El vol-au-vent de codornices se me indigesta siempre...
¡Ah! ¿de veras?... exclamó la señora Liénard; en tal caso... Dirigió en torno suyo la mirada y vio que el presidente y la inspectora se esforzaban por disimular sus bostezos y se echó a reír exclamando: ¡Perdónenme! ya me olvidaba de que esta discusión no interesa nada a los invitados del señor Voinchet; dejémoslo por ahora, mas conste que no me doy por vencida.
Pero como el viajero no pareciese dispuesto a realizar sus esperanzas, se resolvió ella, pasado algún tiempo, a volver a la carga, exclamando: Bien, ¿y qué hago yo? Usted no me dice cómo voy a salir del paso. ¿Adónde iba usted, señora, con su marido? Ibamos a Francia... a las aguas de Vichy, que le habían recetado los médicos. ¿A Vichy directamente? ¿No pensaban ustedes detenerse en alguna parte?
Acercóse á la puerta, que como de costumbre en el campo estaba abierta, y manifestó su presencia con el saludo tradicional, exclamando en alta voz: ¡Ave María Purísima! Sin pecado concebida respondió desde arriba Felicia bajando acto continuo. Al encontrarse enfrente de la dama fué grande su sorpresa. ¿Me conoce usted? preguntó D.ª Beatriz con lacónica severidad.
Pertenecía aquella clase a un malhadado colegio criollo, cuya disciplina era menos que dudosa y cuyos estudiantes eran más que personajes. Cada vez que monsieur Jaccotot iniciaba alguna explicación, alzaba la voz algún impertinente. Espíritu sencillo, monsieur Jaccotot solía reprender entonces a sus alumnos, exclamando: En cuanto abro la boca, un imbécil habla.
¡Suba el cañón, D. Cristóbal, suba el cañón! dijo el indiano echándole una mirada torva. ¿Cómo? ¿Tiene usted más?... Me alegro... Yo hablo por lo que dice la gente... Tengo quinientos mil pesos sin quitar un lápiz. Los tres amigos cambiaron una mirada significativa. Manuel Antonio, no pudiendo contener la risa, le abrazó exclamando: ¡Bien, Santos, bien! Eso del lápiz me enternece.
Descúbrese entonces el caballero, que es un esqueleto, y le dice: ...¿No te conoces? Este es tu retrato propio. Yo soy Ludovico Eneo. El pecador se convierte en virtud de esta aparición; cae al suelo sin sentido, exclamando después: ¿Qué será satisfacción De mi vida? ¡El Purgatorio!
Ya no pudo contenerse doña Ximena; se acercó al joven, le estrechó en sus brazos y le cubrió el rostro de besos, exclamando: ¡Hijo mío, hijo mío! El rey depuso su severidad, y dirigiéndose al joven, le estrechó también en sus brazos, y le dijo: Yo te reconozco; eres mi sobrino Bernardo; te hago merced de la Casa Fuerte y señorío del Carpio.
Luego, exclamando: «Vamos presto, que nos esperan», salió de la cuadra. Llegaron a la mansión de don Alonso sin encontrar a nadie. Estaba toda cerrada como casa desierta; pero al pasar junto a la panera toparon con seis hombres armados de chuzos y horquillas. El escudero repartió las órdenes.
Palabra del Dia
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