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Actualizado: 11 de octubre de 2025
traduje el pasaje a la letra, diciendo: «Dicho muchas veces el último adiós, todavía me volví a hablarle, y casi separándome la cubrí de besos.» Don León, ruborizado, extendió los brazos exclamando: «¡No, hijo mío, no!
El gran Robinsón extendió ambos brazos al verla, exclamando: «¡Hija mía!», y la dama se dejó caer en ellos con filial abandono, sollozando fuertemente y mostrando a sus hijos, que se agarraban asustados a la falda de Miss Buteffull, siempre tiesa e impasible.
Dorotea se estremeció de nuevo, retiró vivamente la pera y la mordió exclamando: No, no; esta es para mí, para mí sola. Y temerosa de que don Juan pudiera arrebatarla ni una pequeña parte de aquel confite mortal, le devoró. A seguida cayó de rodillas. ¿Qué haces, Dorotea? dijo don Juan. ¡Dejadme! ¡dejadme orar! exclamó la joven. ¡Orar! exclamó asombrado don Juan.
Pero éste la coge con prisa, hace un esfuerzo supremo y la envía media vara lo menos más lejos que su rival. Entonces, henchido de orgullo, desgaja una ramita del nogal más cercano y la planta en aquel sitio donde se hincó su barra, exclamando: Este es el tiro que ha hecho Matías de Langreo. Á ver si hay en Laviana un mozo que lo haga cambiar de sitio.
¿Veis á ese cuyos ojos centellean, que se agita en su asiento, da recias palmadas sobre la mesa, y al fin se deja caer el libro de la mano, exclamando: bien, muy bien, magnifico?.... ¿Notais aquel otro que tiene delante de sí un libro cerrado, y que con los brazos cruzados sobre el pecho, los ojos fijos, y la frente contraida y torva, manifiesta que está sumido en meditacion profunda, y que al fin vuelve de repente en sí, y se levanta diciendo: «evidente, exacto, no puede ser de otra manera....?» Pues el uno es Boileau, que lee un trozo escogido de la carta á los Pisones, ó de las Sátiras, y que á pesar de saberlo de memoria, lo encuentra todavía nuevo, sorprendente, y no puede contener los impulsos de su entusiasmo: el otro es Descártes que medita sobre los colores y resuelve que no son mas que una sensacion.
A este primero, siguió casi al mismo tiempo un segundo cañonazo, que cubrió a los defensores de hielo pulverizado, con un zumbido terrible. Materne, al oírlo, no pudo menos de bajar la cabeza; pero en seguida se puso derecho, exclamando: ¡Venguémonos, hijos míos!... ¡Aquí están!... ¡Vamos a vencer o a morir!
En una ocasión, no encontrándola donde presumía, comenzó a exhalar gritos desgarradores, exclamando: «¡Me la roban!, ¡me la roban!». Por fortuna, el ama se acercaba ya trayendo a la pequeña en brazos. A veces la besaba con tal frenesí, que la criatura rompía en llanto.
La banquera llegaba pálida y abatida, y tenía, en efecto, ensangrentado el lóbulo de la oreja izquierda. Al verse cogida la duquesa, salió al encuentro de la López Moreno, exclamando muy cariñosa: ¡Pero, Ramona!... ¿Cómo no me ha avisado usted?
Recrudecióse la sorpresa con asomos de indignación, y hasta el mesurado diplomático contrajo sus pellejos de conejo, exclamando: ¡Imposible!... ¡Imposible!... Será alguna grande de provincia... Alguna indecente que nosotros no conocemos dijo Leopoldina Pastor. No, señor; es grande de la corte, y de la cepa... y me extraña no encontrarla aquí... ¿Aquí? gritó la duquesa irguiéndose amenazadora.
Y hé aquí, que sin saber cómo, se siente inspirado, ve lo que ántes no veia, y olvidándose de que estaba en la mesa del rey, da sobre ella una palmada, exclamando: «Esto es concluyente contra los maniqueos!....» La meditacion.
Palabra del Dia
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