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Actualizado: 23 de junio de 2025
Me arrepiento de mi conducta y quiero repararla... ¡Por vida de!... y lo lograré, gracias al concurso de usted. Después veremos si alguien se atreve á vituperarme. Cristián escuchaba á Marenval con visible impaciencia deseando hacerle una pregunta. ¿Ha hablado de mí la señorita de Freneuse? Sí. ¿En qué términos? Escuche usted, Tragomer; no estamos aquí para decirnos cumplimientos, ¿verdad?
Tiene la fealdad de un ídolo y parece que anda sobre las rodillas. Le dicen por mal nombre la Rebola. ¡Qué susto grande!... Escuché una voz que salía de lo más fondo de la capilla, al pasar por la sala de la tribuna. ANDREÍ
Además, recordando el diálogo con Pateta, desconfió de la veracidad del cura. Pero éste, sin alterarse, prosiguió: Cálmese Vd. señorita, y óigame con cachaza, que el asunto la interesa: Pepe no es lo que parece. ¿Quiere Vd. que en pocas palabras la diga lo que ocurre? ¡Me está Vd. haciendo mucho daño!... Pero Vd. no me cree, y es necesario que yo la persuada. Escuche Vd. y tenga un poco de valor.
6 Escuché y oí; no hablan derecho, no hay hombre que se arrepienta de su mal, diciendo: ¿Qué he hecho? Cada cual se volvió a su carrera, como caballo que arremete con ímpetu a la batalla. 7 Aun la cigüeña en el cielo conoce su tiempo, y la tórtola y la grulla y la golondrina guardan el tiempo de su venida; mas mi pueblo no conoció el juicio del SE
43 Ahora pues, hijo mío, escuche mi voz: levántate, y húye a Labán mi hermano, a Harán. 44 Y mora con él algunos días, hasta que el enojo de tu hermano se mitigue. 46 Y dijo Rebeca a Isaac: Fastidio tengo de mi vida, a causa de las hijas de Het. Si Jacob toma mujer de las hijas de Het, como éstas, de las hijas de esta tierra, ¿para qué quiero la vida?
Al ver su encantadora figura, de formas elegantes y redondeadas, sus ojos animados, sus mejillas frescas adornadas de un par de hoyos como dos nidos de amor, sus labios de cereza, una verdadera rosa, en fin, de carne y hueso, recobró de pronto todo el aplomo y dijo con voz segura: Me alegro de que venga Carlota y escuche lo que le voy a decir... Carlota se acercó.
Se levantó como siempre, magnífico, sereno, sin mostrar temor alguno a los touristes, que le describen en sus cartas a los periódicos, ni menos a los poetas cursis, que le traen y le llevan y algunas veces hasta le mandan pararse para que escuche sus simplezas. ¡Muchísimo! El marino sonreía con semblante compasivo, como diciendo: ¡Qué sería el mundo, si los gustos fuesen iguales!
De pronto, levantándola, exclamó: ¡Que no te quiero! ¡Que no te adoro! ¿Quién es el que puede dejar de admirarte así que te vea y te escuche? No, Lucía, no; las faltas que cometamos y las manchas que caigan sobre nuestro amor, se deberán exclusivamente a mí. Tú has cedido por la bondad de tu carácter... porque me quieres... y porque me compadeces.
Escuché entonces algunos golpecitos como dados en un cristal. Alcé los ojos, y vi pegado a las vidrieras de la puerta de la alcoba el rostro sonriente de Gloria. Con la agradable sorpresa que puede imaginarse me dirigí rápidamente allá; pero se retiró, poniendo un dedo en los labios, y no volví a verla.
Le cuento a usted estos detalles para que se haga cargo de como fui convenciéndome de lo que es: no conoce más Dios ni más ley que el oro... Llegamos, en fin, al motivo de la separación, mejor dicho, de mi propósito irrevocable de no vivir con él. Afortunadamente estoy segura de que mi tía Juana no me desatenderá; hasta podremos darle dinero para que me deje en paz. Y ahora escuche usted.
Palabra del Dia
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