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Actualizado: 23 de junio de 2025
Contemplando las fúnebres alegorías, y leyendo los letreros de las lápidas, que tanto inquietaron mis años infantiles, ví de nuevo mil incidentes de mi niñez y escuché, una vez más, la voz de personas queridas, entre ellas Angustias, quien me aseguraba dogmáticamente que mis muertos jugaban al ajedrez todas las noches....
Aquel lenguaje me resultaba tan nuevo, era tal la naturaleza de sus confidencias, que desde luego experimenté una gran confusión, como al contacto de una idea completamente incomprensible. ¡Y bien! le dije, porque no hallé en mi mente más que esa exclamación de ingenuo. Pues nada más. Es todo lo que tenía que comunicarte, Domingo. Cuando a tu vez me pidas que te escuche, sabré hacerlo.
581 Esos horrores tremendos no los inventa el cristiano: "Es bárbaro inhumano" -sollozando me lo dijo- "Me amarró luego las manos con las tripitas de mi hijo." 582 de ella fueron los lamentos que en mi soledá escuché: en cuanto al punto llegué, quedé enterado de todo: al mirarla de aquel modo ni un instante tutubié.
Una de ellas, más intrépida, se apoderó de los cordones de la cortina y tiró de ellos con fuerza. La cortina, al correrse, lanzó también un chirrido de escándalo. Todavía escuché pasos precipitados y rumor de voces. Después, nada; se hizo el silencio. Mi esposa, riendo a carcajadas y ruborizada al mismo tiempo, me cogió de la mano y me sacó de la habitación.
¿Fugaces?... ¡Qué disparate!... Precisamente es la sensación que por más tiempo se fija en nosotros. Estás equivocado: ¿a que no te acuerdas de algo de lo que oíste en la última temporada teatral? Posiblemente no podría repetirlo; pero si lo volviera a oír dentro de algunos años lo recordaría y asistiría imaginativamente a la escena que me rodeaba, la primera vez que lo escuché.
Escuché otra, vez; hubiera dado cuanto poseía por oír la voz de Sarto, porque me sentía débil, casi exánime y el bribón de Ruperto seguía suelto por el castillo. Pero comprendiendo que me sería más fácil defender la estrecha puerta situada en la parte superior de la escalera que la muy ancha que daba entrada a las celdas, subí los escalones casi arrastrándome y me detuve detrás de la puerta.
Torné la espada y volví a la primera habitación. ¿Quién había echado el puente? ¿Habrían sido mis amigos? En tal caso todo iría bien. Mi mirada se dirigió a los revólvers y tomando uno de ellos me dirigí a la puerta de la escalera y escuché. Necesitaba también unos momentos de descanso. Rasgué la manga de mi camisa y con ella me vendé el brazo lo mejor posible.
Escuché los gemidos de ella á través de la pared; un llanto lento, desesperado, de criatura abandonada, y la voz del hombre, que en vano intentó hacerla callar... ¡Qué lluvia de tristezas cae sobre el mundo! Aquella misma tarde, al salir de casa, la había encontrado frente á su puerta. Parecía otra mujer, con un aire de vejez, como si en unas horas hubiese vivido quince años.
Sirva de modelo y aunque de escaleras abajo, la siguiente anécdota: No há muchas noches que mi espíritu observador me llevó á la puerta de un establecimiento de refrescos; tomé asiento, y no bien había saboreado los primeros sorbos de una limonada, escuché el siguiente diálogo que salía de un grupo próximo adonde yo estaba. Vamos, D. Juan, ¿cómo van esos ensayos?
Desirle a un hombre que le quiere y no ser verdá, ¡no lo piense su mersé, señorito! Gran bien me hicieron aquellas palabras. Yo también pensaba como ella, o quería pensar al menos y cada vez me confirmaba más en mi sospecha. En apoyo de sus afirmaciones, Paca me contó varias anécdotas de la vida de mi novia, que escuché con entusiasmo y recogimiento. Hablamos largo rato de ella.
Palabra del Dia
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