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Actualizado: 23 de junio de 2025
Yo les escuché inmóvil, petrificado, reteniendo el aliento y con el pecho oprimido, pues sus palabras caían sobre mi corazón como gotas de agua helada. » Voy a ser feliz, Magdalena decía Amaury. Todos los días podré ver tu adorable cabeza encerrada en el marco que mejor le sienta: el claro cielo de Nápoles y Sorrento. » Sí, Amaury contestaba Magdalena.
¡Don Francisco de Quevedo! dijo á la puerta anunciando Casilda. ¡Ah! ¡ese hombre! ¡ese hombre! exclamó el bufón. Dejadme sola con él dijo Dorotea. El bufón salió por la alcoba. Dorotea le siguió. ¡Ah! no quieres que te escuche dijo dolorosamente el bufón ; pues bien, adiós. Y salió por la puerta de escape de la alcoba. Después volvió á la sala. Ya estaba en ella Quevedo.
Dentro de diez minutos llegará mi mujer; mientras tanto, pues, le suplico que escuche con atención y escriba a mi dictado. Yo le daré todos los pormenores del caso, que como verá, es cosa bien sencilla. Empezaré por decirle que contaba yo muy pocos años de edad, cuando murió mi padre, legándome una fortuna cuantiosa.
Allí, a la sombra de los ahuehuetes, charlaban y reían cinco o seis lechuguinos. Entre ellos estaba el joven cuyo destino fuí a ocupar. Oí mi nombre y el de Gabriela, y una voz que decía: ¿Se casarán? ¡Es cosa arreglada! exclamó alguno.... Parece que.... Y no escuché más. Hablaron tan quedo que no percibí lo que decían. ¡Alguna infamia! Las señoritas Castro Pérez entraron en el templo.
De nuevo el reloj de la caballeriza dio la hora, la media, y creo que después debí dormitar un rato, porque me desperté súbitamente al sentir unos leves pasos furtivos sobre el bruñido piso de roble delante de mi puerta. Escuché, y oí distintamente que alguien se deslizaba suavemente y bajaba por la gran escalera, que crujía muy despacio.
En la oscuridad de la sala vi blanquear la faz pálida de doña Tula y su pañolito amarillo y escuché su voz, de timbre agudo y delicado, exclamar: No te asustes, hija mía. No vengo a hacerte ningún daño. Luego se inclinó hacia la reja y me dijo en tono irónico y alegre: Buenas noches, señor capitán.
Por varias reticencias que le escuché en sus discursos, entendí también que Cupido le había sido adverso, y que sólo después de una dolorosísima experiencia había llegado a adquirir un conocimiento exacto y completo de las tretas de este dios, lo cual la ponía ahora en situación de aleccionar a los neófitos como yo y prevenirles.
Aguanté las burlas del viejo, bebí el café que su mujer me hacía, y escuché con beatitud las lindas arias que Yolanda me cantaba; aunque la música... en general... Cuanto más iba a Krakowitz, tanto más incómodo me sentía; pero era como si me arrastraran allá mil brazos, y no podía resistirme de ningún modo.
Los instantes de dicha y de abandono, ciclo de la pasion; la duda inquieta del desden fingido, tormento abrasador, que con lágrimas baña las pupilas y de ira el corazon; el tembloroso afan de la respuesta y del primer favor; el nervioso delirio de los celos, que turba la razon. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Mas ¿dónde hallar una mujer que sepa comprender mi dolor? ¿Dónde encontrar una mujer, esclava del mismo afan que yo? ¿Una no habrá en el mundo que me escuche, que sienta así el amor? ¿Una no habrá en el mundo, que me quiera mentir por compasion?
¡Oh, no!... ¡No quiero premios!... ¡No quiero vida futura!... Quiero reposar... ¡reposar eternamente!... ¡Qué dulce... es esta palabra, padre!... ¡No sentir ya nunca más los latigazos de la naturaleza ni las puñaladas de los hombres!... ¡No sentir este cuerpo miserable que tanto me ha hecho padecer! ¡No sentir los dientes de esa infame royéndome el corazón lentamente!... Escuche usted, padre... Si usted me tiene siquiera un poco de lástima... no intente quitarme esta última ilusión... Si sabe usted que hay cielo, cállelo... No turbe usted, por cuanto más haya querido en el mundo, esta paz bendita en que voy a entrar...
Palabra del Dia
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