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Hace seis meses que te escuché, y poco menos tiempo que te recibí en esta habitación por primera vez. La vida se me hace insoportable, Juan. Yo no puedo vivir así.

Ha sido una suerte que Zoraida llamase... He pasado unos días de pena muy íntima, tanto que tal vez hubiese concluido por desahogarme, por decirle toda la verdad... Que lo quiero como a un hermano... o todavía más que a un hermano. Ya llegaban. Se paró: Por eso voy a pedirle una cosa, un favor... escuche, no entremos todavía. No dejen pasar tanto tiempo sin venir, usted y Adriana.

Eran tres, e introduciendo la mayor en la cerradura de la puerta que conducía a la prisión del Rey, vi que giraba sin dificultad. ¡La puerta estaba abierta! Entré, y cerrándola tras con el menor ruido posible, retiré la llave y la guardé en el bolsillo. Me hallé en lo alto de una escalera de piedra, alumbrada débilmente por una lámpara de aceite. Descolgué ésta y permaneciendo inmóvil, escuché.

Se habló luego de si Clotilde era o no era elegante. «Es cache» dijo Enriquito, que entiende mucho de modas. Todos los fragmentos de conversación que escuché eran parecidos. Los jóvenes se expresaban por medio de vocablos hípicos para significar cualidades morales y episodios de los saraos, tertulias y reuniones.

Festéjela, por lo menos durante algún tiempo. Ella sabe hacer olvidar. ¿Está usted segura, Charito, de que Adriana vendrá? ¡Qué obsesión con Adriana! vendrá. Pero escuche. ¿Quiere que le un consejo? Cuando llegue Adriana, usted dedíquese a Lucía.

Yo soy una pobre aldeana y usted un señorito... Bien sabe que yo no le escuché al principio; pero usted siguió tan humildito y tan bueno que necesitaba ser de piedra para no quererle... cuanto más añadió bajando la voz que usted siempre me gustó mucho. No creas que me voy para siempre: el año que viene, Dios mediante, he de volver. Una voz que sonó arriba los dejó helados de espanto.

Cuando me haya casado y sea muy rico, olvidarás fácilmente el matrimonio para participar de la riqueza. Jenny Hawkins permaneció un momento silenciosa y después dijo en tono grave y resuelto: Escuche usted, Sorege. Ha llegado el momento de que nos expliquemos francamente. Nos conocemos demasiado para tratar de engañarnos sin ninguna utilidad.

¿Quién habla de viajes en mitad de diciembre? preguntó Manuel . ¿No ve usted, santo señor, los humos que tiene la mar? Escuche usted las seguidillas que está cantando el viento. Embárquese usted con este tiempo, como se embarcó en la guerra de Navarra, y saldrá con las manos en la cabeza, como salió entonces. Además añadió la tía María , que todavía no está enteramente curada la enferma.

Así fui hasta la puerta del departamento de Magdalena situado a la parte opuesta del de Julia a la extremidad de un interminable corredor. En ausencia de su marido una sola doncella de servicio dormía cerca de ella. Escuché, dos o tres veces me pareció oír el rumor seco de la tosecilla nerviosa que le era habitual a Magdalena, en momentos de despecho o de viva contrariedad.