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En fin, le detuvo y no cayó, y, llegándose algo más cerca, sin apearse, miró aquella hondura; y, estándola mirando, oyó grandes voces dentro; y, escuchando atentamente, pudo percebir y entender que el que las daba decía: ¡Ah de arriba! ¿Hay algún cristiano que me escuche, o algún caballero caritativo que se duela de un pecador enterrado en vida, o un desdichado desgobernado gobernador?

Continuamos la marcha y llevábamos recorrida más de la mitad del camino, unas nueve leguas, cuando Sarto se detuvo repentinamente. ¿Oye usted? me dijo. Escuché atentamente. A lo lejos, detrás de nosotros, resonaban pisadas de caballos. Eran entonces las nueve y media y en el silencio de la noche la fuerte brisa que se había levantado traía muy distintamente hasta nosotros aquel rumor lejano.

Absorbía el aroma de su aliento; sueño constante de mis sueños era; su hermosa imágen en mi sér vivia, y al sentir su contacto, de temor y placer me estremecia. Y guardo en mi memoria mil cantares que yo la oía, ó que escuché con ella; recuerdo con anhelo los lugares donde la una vez; y hasta las flores que su mano cuidaba, me han dejado recuerdo de su aroma y sus colores.

Pero mi vanidad fue cruelmente castigada, porque advertí un día que se me hacía repetir con demasiada frecuencia mis desgracias. Más desconfiado, estudié aquellas almas generosas, y escuché las reflexiones que hacían nacer mis confesiones. Entonces pude apreciar el interés que se tenía por el hombre que ha sufrido mucho. Al principio quedé anonadado, después me dio risa.

Dirigióse á sonriendo y me dijo: «¿Quiere usted que bailemos un pocoAl mismo tiempo escuché los acordes de un vals de Strauss, tocado admirablemente por una orquesta invisible. Nos pusimos á bailar. Ella se abandonó en mis brazos como una niña y corrimos el salón de un cabo á otro sin tocar apenas en el suelo. Yo, sin gastar preámbulos, le declaré mi amor con palabras fogosas y apasionadas.

Aunque todo aquello me lo decía en voz baja, me sonaban sus palabras en los oídos como si las profiriese con bocina. Sin embargo, no quise dar el brazo a torcer, y escuché la historia con una indiferencia que, ¡ay!, estaba muy lejos de sentir. Hasta tuve fuerzas para formar una sonrisa y decir: ¿Cree usted que me matará?

Aunque me las cubriesen de monedas de plata no quisiera que tocasen en ellas. El día que escuche silbar por los castañares de Carrio los pitos de esas endiabladas máquinas que llaman locomotoras, será uno de los más tristes de mi vida. ¡Alto allá, D. Félix! Esos señores que abren las minas traen muy bien repleta la bolsa al decir de la gente.

Quedó Maltrana pensativo, y dijo luego a Fernando: Creo que usted y yo podíamos dedicarnos a eso de las conferencias. Según parece, gusta mucho en América y proporciona dinero. ¡Qué países tan interesantes! ¡Pagar por oír discursos!... ¡Tantos que hablan gratuitamente en nuestra tierra, y aun así no encuentran las más de las veces quién los escuche!

Pero pronto viene á sacarla de dudas el mismo Cayo en persona, que, alarmado por unas palabras que le dijo el tribuno tercero allá entre bastidores, viene á dar con su madre y le manda que escuche y tiemble, con cuyo mandato Cornelia se hace toda oídos y se pone á temblar como un azogado.

Un accidente noté que prestaba extraña tristeza a la situación: era el canto de los gallos que a lo lejos se oía, anunciando la aurora. Jamás escuché un sonido que tan profundamente me conmoviera como aquella voz de los vigilantes del hogar desgañitándose por llamar al hombre a la guerra.