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Actualizado: 23 de agosto de 2024


Me paré un momento, y contemplé el blanco edificio, casi sin ventanas, quemado por el calor y los rayos solares de trescientos veranos, levantándose como un baluarte como en un tiempo lo fue contra el fondo de los purpúreos Apeninos. Escuché el sonido de la vieja campana que emitía sus llamamientos con la misma nota antigua, con la misma voz vieja de los siglos pasados.

El presidente se encogió de hombros, se inclinó hacia el juez, que se hallaba sentado a su izquierda, y le dijo algunas palabras al oído. El otro le contestó en voz baja: , es extraordinario. No lo entiendo. Escuche usted dijo el presidente, dirigiéndose de nuevo a Karaulova . El tribunal quiere conocer las razones que la hacen negarse a prestar juramento.

¿Quiere usted que llamemos al médico, señorita? No, no... Esto no es nada... Hágame una tacita de tila. Ahora mismo. Cuando se quedaron solos, la beata volvió a mirarle larga y fijamente. Al cabo dijo con voz débil: Escuche usted, padre. ¿Qué desea usted, hija mía? respondió inclinando la cabeza hacia ella. Acérquese usted más... No puedo esforzar la voz. El P. Gil se inclinó todavía más.

¿Les pegan a ustedes con frecuencia? preguntó el portero. Pero escuche... El rubio asegura que nunca le han pegado, y yo no lo creo. Es imposible que no les peguen a ustedes. Como no les rompen ningún hueso, no tiene importancia. Por doscientos rublos al mes, bien puede uno resignarse a eso. ¿Verdad? El portero le miraba sonriendo amistosamente.

Repítamelo usted para que yo escuche todavía las buenas palabras que me consuelan de los ingratos silencios y reparan no pocos olvidos que herían sin que usted lo supiera. Hablaba de prisa, con efusión en los gestos y en las frases, con un ardor en el semblante que hacía nuestra conversación muy peligrosa.

Dame pruebas de ello. Escuche su merced. Me maniataron muy bien, y me llevaron por unos barrancos endemoniados hasta dar con una plazoleta donde acampaban los bandidos. Estaba yo haciendo estas reflexiones, cuando se me presentó un hombre vestido de macareno con mucho lujo, y dándome un golpecito en el hombro y sonriéndose con suma gracia, me dijo: Compadre, ¡yo soy Parrón!

Y asi arrojada con deseo injusto En cristalino vaso prueba y bebe El veneno mortal, sin ningun susto. Quien mas presume de advertido, pruebe A dexarse adular, verá quan presto Pasa su gloria como el viento leve. Esto escuché: y en escuchando aquesto, Dió un estampido tal la gloria vana, Que dió á mi sueño fin dulce y molesto.

Yo, aunque indigno, soy uno de ellos y soy responsable ante Dios y ante el Sumo Pontífice de mis actos. No he aprendido en ningún Santo Padre ni en ninguna decretal que los prelados tuviéramos que dar cuenta de ellos a las niñas como usted... ¡Oh, señor obispo... yo no quería!... Escuche usted, escuche usted con paciencia, hija mía, escuche usted de rodillas a su prelado.

La gente escuche tranquila, no me haga ningún reproche: tambien es negra la noche y tiene estrellas que brillan. 1061 Estoy, pues, a su mandao; empiece a echarme la sonda, si gusta que le responda, aunque con lenguaje tosco: en leturas no conozco la jota, por ser redonda.

Pero, escuche dijo al ver que la tartana ya se hundía ; he querido reservarle una sorpresa; tengo la certeza de que ha muerto, porque yo mismo lo he derribado al suelo y lo he agarrotado. ¡! dijo Massareo con aire de incredulidad. ¡Yo! contestó Santiago con un impudor inconcebible.

Palabra del Dia

bravoso

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