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Largas temporadas de alejamiento de su mujer y sus hijos, aburriéndose con la vida monótona del que no quiere gastar mucho para que la familia ausente no suponga locuras y olvidos del deber. ¡Qué de sacrificios en los ocho años de diputación!

ABIND. A tu servicio, y que fuera Muerto, aquí vida tuviera, Mi cielo hermoso y sereno. JARIFA. ¿Cómo has pasado mi ausencia? ABIND. Como sin ti, mi Jarifa; Que es donde batalla y rifa El seso con la paciencia. No me han faltado recelos, Miedos y desconfianzas. JARIFA. ¿Miedos de qué? ABIND. De mudanzas, Hijas de olvidos y celos. Pero volviéndome a ti Todo quedaba seguro. , ¿estás buena?

Mi madre no vivia; pero la Providencia ha dado lágrimas al hombre para lavar con ellas sus pecados, sus olvidos, sus yerros; y lágrimas ardientes y fervorosas humedecieron el sepulcro de la que me dió el sér. ¡Gloria! ¡Sueño terrible! ¡Angel cruel, cuánto has comido de mi alma y de mi cuerpo! ¡Quién lo hubiera sabido! ¡Quién hubiera podido adivinarlo!

Queriendo demostrar la utilidad de su presencia, censuraba los olvidos de Febrer en la noche anterior. ¿A quién podía ocurrírsele asomar la cabeza a la puerta cuando de fuera le estaban aucando con el arma preparada? Por milagro no lo habían matado. ¿Y la lección que él le dio? ¿No recordaba su consejo de bajar por la ventana, a espaldas de la torre, para sorprender al enemigo?...

Sus olvidos eran dentro de casa, porque fuera se jactaba de ser el más fiel guardador de cuanto la Sinodal exigía, y daba frecuentes lecciones al mismo maestro de ceremonias. Tomó el café y se levantó para dar algunos paseos por el despacho; quería distraerse, sacudir aquellos pensamientos importunos que no le permitían adelantar en su trabajo.

Pero la secta erudita de que ahora hablamos, no puede, en verdad, felicitarse de haber mostrado en la contienda una táctica superior; de ninguna manera le era dado llegar hasta donde se proponía, y ni aun produjeron efecto las juiciosas observaciones, que mezclaron con diatribas, ni las censuras, que hicieron justa mella en algunas comedias, porque sus autores sostenían principios absurdos y destituídos en general de fundamento, confundiendo además en sus invectivas las bellezas superiores en la esencia y en la forma, inseparables del drama moderno, con otros vituperables olvidos de todas las reglas de la naturaleza y del arte.

Repítamelo usted para que yo escuche todavía las buenas palabras que me consuelan de los ingratos silencios y reparan no pocos olvidos que herían sin que usted lo supiera. Hablaba de prisa, con efusión en los gestos y en las frases, con un ardor en el semblante que hacía nuestra conversación muy peligrosa.

Su pasado de cariño modesto y sumiso, de fidelidad discreta y tolerante, salía por su boca como una queja interminable. Te he seguido desde aquí en tus viajes. A la vuelta conocía tus olvidos, tus infidelidades.

Pasadas dos semanas, advertían que se iba cansando; ya no había en su trabajo aquella corrección y diligencia admirables; empezaban las omisiones, los olvidos, los descuidillos, y todo esto iba en aumento hasta que la repetición de las faltas anunciaba la proximidad de otro estallido.

Y paseábase indignado, especialmente al quejarse de los olvidos del sábado. Bien se notaba en el aspecto de su persona, que parecía dividida en dos partes.