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Actualizado: 23 de junio de 2025


Está un poco chillado, ¿sabe usted? Escuche sus tonterías el tiempo que guste y cuando se canse no tiene más que llamarme. Yo me quedo á la puerta. Tragomer experimentó una tranquilidad deliciosa. Iba á poder hablar libremente á su amigo. Ahora ardía en deseos de volverse y de verle. Le sentía allí, á tres pasos, humilde y obediente, esperando sus órdenes.

Mi padre empezó entonces la enumeración de las cualidades del señor de Givors, de sus ventajas de familia, de su posición y sus esperanzas. Yo lo escuché dócilmente, pero sin disimular mi indiferencia. Mi padre lo echó de ver y me dijo: No parece que te interesa gran cosa lo que te estoy contando... Se trata de ti, sin embargo... Di lo que piensas.

Si acaso algun dia, ciego de rabia, hácia el crímen ó el mal, con torpe paso llevo mi planta, haz , Señor, que escuche para pararla uno de esos acordes misteriosos de la guitarra. Y , mujer, que hoy ciega tu virtud manchas, , que fuiste adorada cual ninguna por pura y cándida, dime: ¿No te sonrojas, no sientes nada al escuchar las vagas armonías de la guitarra?

Nadie podía imaginar quién era la persona que tan bien cantaba, y era una voz sola, sin que la acompañase instrumento alguno. Unas veces les parecía que cantaban en el patio; otras, que en la caballeriza; y, estando en esta confusión muy atentas, llegó a la puerta del aposento Cardenio y dijo: -Quien no duerme, escuche; que oirán una voz de un mozo de mulas, que de tal manera canta que encanta.

Y en cambio reclamaré que se me enseñe el escrito en que me acusa. Escuche usted. No quiero olvidar que he sido su amiga. Más le vale á usted confesar francamente lo que tiene que reprocharse, que insistir en negar contra toda evidencia. Se pierde usted, se lo juro... Esa mujer no miente cuando se acusa... Ni Tragomer, ni Marenval, ni Freneuse mienten...

Tiene usted razón, señora, y mis palabras se asemejan a una tontería. No obstante, escuche usted. En Argelia, el ganado de los árabes es generalmente tísico. Los rebaños están mal cuidados, pasan las noches al relente y enferman del pecho. Nuestros súbditos musulmanes no se sirven para nada del veterinario; dejan a Mahoma el cuidado de curar a sus vacas y a sus bueyes.

Sin hablar ni una palabra a la criada que me miraba con asombro, seguí a Mustafá que en medio de sus caricias se dirigía hacia el interior. En aquel momento escuché el preludio de un piano. ¿Qué había de misterioso en aquel sonido que penetraba en mi alma, que me traía algo del alma de Amparo? Porque yo no dudaba de que ella era la que producía aquel sonido...

Y volvió a perderse en un mar de pormenores acerca de su novia. Yo los escuché en realidad con poquísimo interés, en apariencia con mucho, porque me lisonjeó la protección con que me había brindado, aunque no sabía a punto fijo en qué pudiera consistir. Esta noche probablemente la veré en casa de las de Anguita... Hombre, y a propósito, ¿quiere usted que le presente?

Cuando salía de la escena, venía presurosa a sentarse al lado de su novio, que se dignaba acogerla a veces con una sonrisa soberana, otras con indiferencia olímpica. Yo estaba escandalizado. Una vez me acerqué por detrás y escuché lo que hablaban. Clotilde llevaba la palabra sosteniendo con calor que el Subir bajando o el Bajar subiendo de Inocencio era mejor que Un drama nuevo.

Escuché, miré: la garrucha del pozo, en aquella hora del mediodía, chirriaba dulcemente en el patio; sobre las moreras, a lo lejos de las arcadas, se secaban sobre papel de seda las hojas de de la cosecha de octubre; de las puertas medio cerradas del aula venía un susurro lento de declinaciones latinas.

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