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Actualizado: 2 de mayo de 2025
Me imagino que debe tener encima algún pago que no puede hacer. ¡Pobre muchacho! dijo el anciano, e hizo chasquear su lengua, sin duda para desechar ese pensamiento desagradable. ¡Sí, pobre muchacho! repuso ella en tono burlón. ¿Todavía lo compadeces, quizá? ¿Eres capaz de haberle dado otra vez algo a hurtadillas?
LEONOR. ¿Me compadeces?... MANRIQUE. Ese llanto, Leonor, no me lo ocultes; deja que ansioso en mi delirio goce un momento de amor; injusto he sido, injusto para ti... vuelve tus ojos, y mírame risueño y sin enojos. ¿Es verdad que en el mundo no hay delicia para ti sin mi amor? LEONOR. ¿Lo dudas?... MANRIQUE. Vamos... pronto huyamos de aquí.
De pronto, levantándola, exclamó: ¡Que no te quiero! ¡Que no te adoro! ¿Quién es el que puede dejar de admirarte así que te vea y te escuche? No, Lucía, no; las faltas que cometamos y las manchas que caigan sobre nuestro amor, se deberán exclusivamente a mí. Tú has cedido por la bondad de tu carácter... porque me quieres... y porque me compadeces.
»Perdóname, Señor. Mil blasfemias brotan de mi pluma. El pecador indigno, que debe dar estrecha cuenta de sus acciones, quiere mover pleito a tu bondad y apelar de tu justicia. Pero tú sabes cuánto padezco, y me compadeces y tal vez me perdonas. Tú llenabas antes mi alma. La vi, me aluciné, y ella llenó mi alma en el lugar tuyo.
Palabra del Dia
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