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Actualizado: 6 de mayo de 2025


La noche anterior temió que no le quedase dinero para poder comer al día siguiente. Pero Valeria había pasado la mañana haciendo preciosos descubrimientos en los armarios: billetes de Banco perdidos entre las ropas, placas del Casino olvidadas en los libros, hasta un papel de mil francos envolviendo una vieja pastilla de jabón. Cesó repentinamente de enumerar estos hallazgos. ¡Mira!... ¡mira!

Gracias, señor Durand; lo cierto es que vale más eso, que tener un brazo de menos dijo Grano de Sal envolviendo precipitadamente en estopa lo que le quedaba del dedo . Pero mire añadió , ahí llega un parroquiano, maestro. Era un herido que descendía al sollado; como estaba mal atado, cayó sobre el suelo, quedando muerto.

Sus pómulos eran salientes, gruesos sus labios y la nariz aplastada, oblicuos y pequeños sus ojos, y negras las ralas cerdas del largo bigote, y negros los cabellos que pendían lacios sin ondas ni rizos. Cubrían sus cabezas gorras de hirsutas pieles, envolviendo capacetes de cobre, y sostenidas por barbuquejos de lana cuyas extremidades flotaban sobre el pecho.

El cura charla que charla, y la dueña devana que devana, parecía que de los labios de aquel salía la palabra, como de la madeja de sus manos el hilo, y que Doña Hermenegilda iba envolviendo el interminable discurso, haciendo de él un corpulento ovillo, que bien podría pasar por abultado libro.

La muchedumbre sintió que se desvanecía su vengativa animadversión contra el toro. No se revolvía mal; atacaba. ¡Olé! Y todos saludaron con entusiasmo los pases de muleta, envolviendo en la misma aprobación al lidiador y a la fiera. Quedó el toro inmóvil, humillando la cerviz y con la lengua pendiente.

Todos ellos sentían sobre sus roses una continua descarga de miradas de odio, que, a pesar de no merecer, recibían con la resignación del que está avezado a padecer injusticias. Pronto dejaron las últimas casas del pueblo y entraron en la carretera, cuyo primer trozo estaba guarnecido de altos álamos. El cielo seguía negro y espeso, envolviendo en tinieblas a la tierra.

El Cauca, engrosado enormemente con mas de la mitad de las aguas del Magdalena, desemboca por tres hermosísimos canales paralelos, formando un delta de espléndida majestad, y los dos gigantes parecen abrazarse, envolviendo entre sus anchos brazos tres islas de suntuosa vestidura, cuyos sauces y gramíneas semejan enormes masas de esmeralda flotando en el centro de un océano de plata, iluminando por el sol ardiente.

Al quinto día, luego que la casa estuvo dispuesta, don Juan entregó a su representante una llave por si encontraba momento propicio de llevar a Cristeta o de hacer que se resolviese a ir; y envolviendo el ruego en promesas, le suplicó que apurara todos los medios imaginables para que su sobrina le concediese la deseada entrevista.

Doña Lupe tenía una falda de diario con muchos y grandes remiendos admirablemente puestos, delantal azul de cuadros, toquilla oscura envolviendo el arrogante busto, pañuelo negro en la cabeza, mitones colorados y borceguíes de fieltro gruesos y blandos, tan blandos que sus pasos eran como los de un gato. El gabinetito era una pieza muy limpia.

Su voz sonaba trémula y algo aflautada; una voz de ira; sus ademanes aparecían descompuestos, y lo que más asustaba al secretario, era que hablaba mucho, que había perdido su concisión característica y vacilaba envolviendo en palabras y más palabras sus tardos pensamientos. A ver, Goicochea; que lleven á casa el equipaje que está abajo.

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