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El humo se esparcía delante del paisaje ocultándolo por momentos. El sol moría a lo lejos entre resplandores carmesíes. Una dulce serenidad se desprendía del cielo pálido. Reynoso dejó el rincón y puso su rostro enardecido al golpe violento de la brisa que se iba haciendo más fresca según se aproximaban a la sierra.

El torero, enardecido por el ímpetu con que le acometía la fiera, se olvidó de doña Sol y de todos, atento únicamente a esquivar sus ataques. Revolvíase furioso el toro, viendo que el hombre se deslizaba invulnerable entre sus cuernos, y volvía a caer sobre él, encontrándose siempre con la pantalla roja del chaquetón.

La caballería, entretanto, continuaba muy lejos de la acción, y aunque nuestro deseo hubiera sido que a lo más recio se nos enviara para desahogar nuestro enardecido pecho, Dios quiso por fortuna que no llegase esta ocasión, pues la escaramuza terminó de improviso, cesaron los tiros, y vimos con sorpresa que los franceses, como poseídos de súbito pavor, retrocedían a la desbandada hacia Bailén, recogiendo precipitadamente sus heridos.

Y descuidadamente, sin pensar que los de Entralgo iban á necesitar pronto de tu invencible brazo, te entretuviste alegremente narrando amores y combates. En vano te dijeron: «Bartolo, parece que hay palos en la romería». no hiciste caso, acostumbrado como estabas á despreciar los peligros, y enardecido por la plática y la sidra seguiste relatando la historia maravillosa de tus hazañas.

Y se acercan los rugidos, los gritos son más intensos, y ya se ven las centellas que arrancan los cascos férreos de los duros pedernales en su escape turbulento. ¡Santo Allah! ¡si fuese ella! exclama Ataide partiendo como un rayo hácia el peligro, de ansiedad henchido el pecho, enardecido, magnífico, ardientes los ojos fieros, en el alma acariciando de una esperanza el misterio, y exclamando miéntras corre más veloz y más intrépido: ¡Ah, no! ¡que no sobrevengan los altivos caballeros, ni los monteros feroces, ni los irritados perros! ¡Yo solo, yo, con tu amparo Santo Allah, salvarla quiero!

No nos engañarán más...» Pero al poco tiempo, los mismos relatos que los habían enardecido antes del primer viaje volvían a morder con profunda mella sus imaginaciones simples. La América odiosa se transformaba e iluminaba, recobrando los dulces colores de la prístina visión. Tal vez habían huido demasiado pronto; tal vez atribuían injustamente al país culpas que sólo eran de ellos.

D. Teodoro, que hace días me tiene inquieto el estado de exaltación en que se halla mi hijo: yo lo atribuyo a la esperanza que le hemos dado.... Pero hay más, hay más. Ya sabe usted que acostumbro leerle diversos libros. Creo que ha enardecido demasiado su pensamiento con mis lecturas, y que se ha desarrollado en él una cantidad de ideas superior a la capacidad del cerebro de un hombre que no ve.

Deliberaban los solicitantes para el buen orden del cortejo, y uno tras otro iban a sentarse al lado de la atlota hablando con ella los minutos marcados. Si alguno, enardecido por la conversación, se olvidaba de los compañeros, dejando pasar el tiempo, éstos se lo advertían con toses, miradas furiosas y palabras de amenaza.

Argensola iba de calle en calle siguiendo el revuelo del pájaro enemigo, queriendo adivinar dónde caían sus proyectiles, deseando ser de los primeros que llegasen frente á la casa bombardeada, enardecido por las descargas que contestaban desde abajo. ¡No disponer él de una carabina como los ingleses vestidos de kaki ó aquellos belgas con gorra de cuartel y una borla sobre la frente!... Al fin, el taube, cansado de hacer evoluciones, desaparecía. «Hasta mañana pensaba el español . El de mañana tal vez sea más interesante

Ella iba de asombro en asombro, y acabó por reir, lanzando exclamaciones alegres é irónicas. ¡Qué generosidad!... Hay para poner una tienda de perfumista. Pirovani, cada vez más pálido, enardecido por esta sonrisa y por la soledad, intentó aproximar su boca á la de ella, besándola.