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Un leve estremecimiento frío, melancólico, corrió por todos los ámbitos. En vano lucharon contra él aquellos a quienes el baile o el vino había enardecido. Poco tiempo después se había apoderado de todos. Escuchábanse las voces de las madres llamando a sus hijos, de los hermanos llamando a sus hermanas.

Raro era el número de cada uno de ellos que no daba lugar a algunos bastonazos o bofetadas, cuando no a un desafío formal. Sin embargo, en éstos eran más parcos todos. Padrinos se nombraban por un quítame allá esas pajas; pero darse de sablazos o de tiros, ya era otra cosa. La contienda había enardecido los ánimos en la villa.

Figura sin igual, genio glorioso, gigante de los mares, gloria nuestra: un diamante engarzaste esplendoroso en la diadema hispana con tu diestra; el valladar del Ponto embravecido sin temor traspasaste; y a tu sublime genio enardecido sólo prestaba campo dilatado un mundo de grandezas ignorado.

En verano, los días que no apretaba el dolor y las piernas estaban fuertes, bajaban a la playa, y el capitán, enardecido a la vista del mar, desahogaba sus dos odios. Odiaba a Inglaterra por haber oído silbar más de una vez las balas de sus cañones. Odiaba la navegación a vapor como un sacrilegio marítimo. Aquellos penachos de humo que pasaban por el horizonte eran los funerales de la marina.

Juan, enardecido por tales muestras de consideración, daba suelta a su potencia imaginativa, describiendo cómo se había él arrojado sobre el toro al ver cogido a su pobre compañero; cómo había agarrado al bicho de la cola, y demás hazañas portentosas, a pesar de las cuales el otro había salido del mundo. La medrosa impresión se desvaneció. ¡Torero, nada más que torero!

Y enardecido por su repentino entusiasmo, trazaba un plan de heroísmos. Iba á hacerse soldado. Pronto oiría hablar de él. Su propósito era quedar tendido en el campo al primer encuentro ó asombrar al mundo con sus hazañas. De un modo ú otro resolvería su vergonzosa situación: el olvido de la muerte ó la gloria. ¡No! exclamó ella interrumpiéndole con angustia . , no.

Y suponed que cuando acabéis de pronunciar esa blasfemia aparece de repente el sol en una explosión de luz y de armonía: que lleváis una mano a vuestros ojos que se deslumbran, y otra sobre vuestro corazón que se enternece lleno de una nueva vida, y que cuando volveis a abrir los ojos os encontráis de nuevo en las tinieblas, enardecido por el próximo y candente recuerdo de la luz divina que os ha deslumbrado, de la armonía de los cielos que ha reanimado vuestro ser... y después de haber supuesto esto suponed vuestra desesperación, vuestro dolor.

Pero el moscón, enardecido por esta mansedumbre, redoblaba su zumbido injurioso; hasta que al fin la sagrada máscara pensaba que, aunque el silencio era obligatorio, no lo era la acción, y sin hablar palabra levantaba el cirio, dando con él varios golpes al borracho que turbaba el santo recogimiento de la ceremonia.

La felicidad, según un filósofo francés, no se conjuga en presente, sino en futuro imperfecto. La felicidad, como la desgracia, se va haciendo, se va tramando en la convivencia, en la vida íntima y constante. Y así, tanto peligro puede correr un matrimonio formado por un amor enardecido y apasionado, como otro tibio, suave, cordial, sosegado.

Vio otra vez la rueda, la inmensa rueda, imagen de la humanidad, que giraba y giraba sin cambiar de sitio, emprendiendo una ascensión tras otra, para pasar siempre por los mismos puntos. El enfermo, enardecido por aquella sensación de frescura, creyó poseer nuevos sentidos para darse cuenta de lo que le rodeaba.