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Actualizado: 16 de mayo de 2025


Aquel hombre, que desde que tuvo uso de razón no vivió sino con la inteligencia, ni en su juventud experimentó los naturales sentimientos de amistad y afecto, estaba á los cuarenta años enardecido con una fuerte y violentísima pasión.

Por la tarde íbase a la Bolsa, de donde volvía al anochecer, sudoroso, enardecido, llevando en su mirada la fiebre de los conquistadores. Aquel hombre parsimonioso, de costumbres morigeradas, estaba en plena revolución.

Caragòl, que estaba en la puerta de sus dominios, se llevó las manos al sombrero. Al disolverse la nube amarilla y maloliente, le vieron todos de pie, rascándose la cúspide de la cabeza, descubierta y roja. ¡No es nada! dijo . Un pedazo de madera que me ha hecho una sangría. ¡Fuego!... ¡fuego! Aullaba, enardecido por los cañonazos.

Mi elevación a la Academia, mi nombramiento de ministro de Grecia, y las emociones que por otras causas sufriera, habían, al parecer, enardecido ligeramente su sangre. Era el 27 de noviembre; después de haber oído misa, se dirigió desde la iglesia a los baños que había en el hospital y que estaban servidos por hermanas de la Caridad.

Un día, en Lebrija, al salir a la plaza un torito vivaracho, sus compañeros le habían empujado a la suerte suprema. «¿Te atreves a meterle la mano?...» Y él le metió la mano. Después, enardecido por la facilidad con que había salido del trance, acudió a todas las capeas en las que se anunciaba novillo de muerte y a todos los cortijos donde se lidiaban y mataban reses.

¡Te amo!... dijo Fernando, enardecido por tal humildad. Y acompañó sus besos con un avance de las atrevidas manos en aquel cuerpo sumiso que parecía entregarse. Pero con gran asombro, la alemana se revolvió ante las caricias audaces, se despegó de sus brazos con una fuerza nerviosa que nada hacía sospechar en su cuerpo enfermizo.

De modo que, a juzgar por lo que se ve en estos y otros varios ejemplos que citar pudiera, la opinión pública sólo castiga a los grandes bribones cuando no saben serlo. ¡Y a este tribunal sin conciencia ha de someter usted los honrados consejos de la suya? Pues eso mismo pienso yo exclamó Ángel, enardecido con aquel dictamen tan favorable a su causa.

Y enardecido por su entusiasmo, se escapaba de las manos de dos marineros que habían empezado á vendarle la cabeza con una pulcritud aprendida en los combates terrestres. Ferragut quedó satisfecho del encuentro. No estaba seguro de la destrucción del enemigo; pero si se había salvado podía llevar la noticia á los otros de que el Mare nostrum era capaz de defenderse.

El toro, cada vez más furioso por el engaño, acometía al lidiador, y éste repetía los pases de muleta, moviéndose en un limitado espacio de terreno, enardecido por la proximidad del peligro y las exclamaciones admirativas de la muchedumbre, que parecían embriagarle. Gallardo sentía junto a él los bufidos de la fiera; llegaban a su diestra y a su rostro los hálitos húmedos de su baba.

La embriaguez de la sangre había enardecido a la bicha. El cazador lanzó un juramento sordo antes de volverla al saco; le había clavado en un dedo sus agudos colmillos. Isidro abandonó de mala gana el lecho de hojarasca, para seguir a la cuadrilla en busca de nuevas bocas. ¿Por qué no se retiraban ya? La operación estaba vista. Pero el Mosco protestó. ¿Retirarme?... ¡Botones!

Palabra del Dia

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