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Actualizado: 24 de junio de 2025
Y descuidadamente, sin pensar que los de Entralgo iban á necesitar pronto de tu invencible brazo, te entretuviste alegremente narrando amores y combates. En vano te dijeron: «Bartolo, parece que hay palos en la romería». Tú no hiciste caso, acostumbrado como estabas á despreciar los peligros, y enardecido por la plática y la sidra seguiste relatando la historia maravillosa de tus hazañas.
Si no te conociera tanto, te daría la mano; pero no: «una y no más, Santo Tomás»; me acuerdo mucho de la atención con que seguiste mis consejos. La señora estaba indignada por el lenguaje rudo de su hermano. Era muy dueño de no darle aquella miseria; al fin, resultaba lo que ella había creído siempre: un avaro sin corazón. Pero su demanda no le autorizaba para aburrirla con tanto sermoneo.
La causa porque caiste, y porque humilde bajaste de la gloria en que te viste, fué la verdad que dejaste, la vanidad que seguiste. Ya no eres la princesa de todas otras naciones: ya tu altivez es bajeza. Tu diadema y tu grandeza se han vuelto en tristes prisiones. Ya tu palacio real humilde cubre la tierra en exequia funeral: la paz antigua es la guerra, y el bien antiguo es el mal.
Buen olor tiene tu cuento. ¿Y quién era ella? No lo sé; don Rodrigo me había dicho solamente: si sale de palacio una dama ancha de hombros, alta de pecho, gentil y garrida, manto á los ojos, y halda hasta el suelo, sigue á esa dama. He aquí unas señas capaces de volver el seso á Orlando Furioso. ¿Seguiste á la dama? Iba á hacerlo cuando llegó don Rodrigo. ¿Ha salido? me preguntó.
Palabra del Dia
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