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Acuérdate de lo que hablábamos en nuestra primer noche a la luz de la luna: «El arrogante mes de Mayo, el joven guerrero con armadura de flores busca a su amada la Juventud». ¿Y dónde está en nosotros la juventud? La mía búscala en mi tocador; se la compro al perfumista, y aunque sabe disfrazarme bien, oculta una vejez de ánimo, un desaliento en el que no quiero pensar porque me asusta.

Y emprendieron otra vez la marcha en silencio. Octavio lo rompió al cabo de un instante diciendo: ¿De qué perfumista acostumbra usted á surtirse, condesa? No tengo ninguno conocido; entro indistintamente en la primer perfumería que encuentro. Pero al menos tendrá usted una marca predilecta. Tampoco; nunca me fijo en los rótulos de los frascos.

Empréstitos a su hermano hipotecándole alguna finca trasconejada en las ventas y subastas, pagarés a algunos arrojados usureros sobre la herencia de un tío viejo y enfermo reconociendo tres veces la cantidad recibida, joyas que su hermana le regalaba no pudiendo regalarle dinero, cuentas exorbitantes con el importador de coches y caballos, con el sastre, con el perfumista, con Lhardy, con el conserje del club, con todo el mundo.

Ella iba de asombro en asombro, y acabó por reir, lanzando exclamaciones alegres é irónicas. ¡Qué generosidad!... Hay para poner una tienda de perfumista. Pirovani, cada vez más pálido, enardecido por esta sonrisa y por la soledad, intentó aproximar su boca á la de ella, besándola.