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Actualizado: 1 de julio de 2025


Bajo el gran toldo que sombreaba este espacio aglomerábase el hedor sudoroso de una muchedumbre. El médico del buque y varios ayudantes, todos con blusas blancas, ocupaban el centro junto a una mesa cargada de botiquines. Y al son de la música pasaban los emigrantes en interminable fila, todos con un brazo descubierto que presentaba a la lancera del vacunador.

En eso dice usted verdad. Algunas noches, al asomarme a esta baranda, me fijo en los emigrantes que duermen al aire libre huyendo del calor de los sollados. Ofrecen el aspecto de un campamento, y por esto tal vez viene a mi memoria el recuerdo de los granaderos de Napoleón, que no eran más que simples soldados, pero al dormir sobre la tierra dura veían desfilar en sus ensueños toda clase de grandezas. Cada uno creía llevar en su mochila el bastón de mariscal, y esto bastaba para que corrieran sin cansancio toda Europa de combate en combate.

Usted mismo, poeta, si se propusiese hacer unos versos sobre esto, ¡qué de cosas bonitas diría!... El augusto silencio; el Océano recogiéndose para presenciar mejor la divina ceremonia; la mañana esplendorosa, las gentes llorando, un hálito celeste descendiendo sobre el buque cual música angélica... Y fíjese en la realidad: no hay más música que la de los ventiladores y abanicos; los hombres chorrean sudor y miran a las puertas deseando huir; abajo suenan los platos y los tenedores de los herejes, que toman su primer almuerzo; en la proa y en la popa gritan, juran y cantan los emigrantes; los camareros suben y bajan las escaleras con sus útiles de limpieza... No; decididamente, no hay poesía religiosa en estos buques modernos.

El avance de Maltrana produjo entre los emigrantes un movimiento de curiosidad simpática y obsequiosos saludos: algo parecido a lo que despierta la entrada de un orador político en una reunión popular. «Don Isidro, buenas tardes... Venga por aquí, don Isidro.» Y todas las miradas, aun las de «los latinos» de Asia, que no podían entenderle, le acariciaban con la suavidad del agradecimiento. ¡Aquél era un hombre!

Examinaban a las gentes antes de admitirlas, pero este hombre los había engañado con su aspecto de salud en el momento del embarque... La muerte es triste en todos los lugares, pero aún más en el mar... ¡Lo que él había visto! Recordó un viaje que había hecho a Buenos Aires en otro buque conduciendo una gran masa de emigrantes del Norte de Europa.

Los pequeños trotaban delante, con la boca abierta por la misma impresión de sorpresa. Eran emigrantes que acababan de desembarcar de los buques llegados antes que el Goethe, y se metían ciudad adentro, en compañía de los amigos que les habían esperado en el puerto. Todos somos unos dijo Ojeda alegremente . Todos venimos a lo mismo. Sólo que ellos entran a pie y nosotros en automóvil.

En esta plaza de agua metida entre casas habían anclado sus pobres naves los primeros fenicios, viéndose sucedidos por los emigrantes de Focea en Asia Menor, marineros griegos que huían de la invasión de los persas. Las colinas calcáreas y desnudas inmediatas al puerto se cubrían de viviendas, y así nació Marsalia, que había de ser siglos adelante la señora del Mediterráneo.

En la proa y la popa alojamientos de marineros, hospitales, almacenes de útiles de navegación, cocinas para los emigrantes, y entre ambos extremos, camarotes y más camarotes para la gente de primera clase, peluquerías, baños y gabinetes de aseo por todos lados.

No hay motivo, pues, para recelar la desaparición en el nuevo continente de la lengua castellana, a no ser que los actuales habitantes o ciudadanos de las nuevas repúblicas se consideren, con humildad profundísima, tan pobres de ser propio que vengan a sobreponerse a ellos y a hacerles olvidar el habla de sus padres, o bien los indios indígenas, o bien los emigrantes italianos, franceses o alemanes, que acudan en busca de trabajo y de bienes de fortuna.

Cada trimestre ingresaban en su oficina cantidades enormes que iban á quedar luego inmóviles en los Bancos. Los canales avanzaban sus tentáculos por la antigua cuenca del río Negro, convirtiendo todos los años tierras areniscas en campos fecundos; y esto atraía incesantemente á nuevos emigrantes, doblando ó triplicando los ingresos de la sociedad.

Palabra del Dia

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