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Actualizado: 1 de junio de 2025
Un murmullo de gente invisible subía hasta el paseo en las breves pausas de la música. Ojeda, al inclinarse sobre la baranda, recibió en su olfato un hedor de comida agria. La vasta explanada de popa, libre a aquella hora de toldos, aparecía ocupada por los emigrantes septentrionales. Formaban cuadros sentados en los camarancheles de las escotillas.
El duque César de La Tour de Embleuse, hijo de uno de los emigrantes más fieles al rey y de los más encarnizados contra el pueblo, fue magníficamente recompensado por los servicios de su padre. En 1827, Carlos X le nombró gobernador general de las posesiones francesas del Africa occidental. Tenía apenas cuarenta años.
Que sube el oro, que quiebra Schlingen, que se dan de palos en la Bolsa, que los emigrantes se van, que la carne está cara, y los alquileres suben, y los inquilinos no pagan... ¡el Gobierno tiene la culpa!
Echaba pestes contra la soberbia de los emigrantes de Europa, contra las nuevas costumbres de la gente pobre, porque no disponía de bastantes brazos para desollar á las víctimas en poco tiempo y miles de pieles se perdían al corromperse unidas á la carne. Los huesos blanqueaban la tierra como montones de nieve.
Sólo Maltrana, inquieto y curioso por las novedades de la navegación, había ido de un lado a otro, desde el puente del capitán a los profundos sollados, iniciando conversaciones, lo mismo en las salas de los pasajeros de primera clase que en los departamentos de proa y popa donde se hacinaban los emigrantes.
Salió a la explanada de proa por un corredor de la cubierta baja. Al abrir la reja tuvo que apartar a un grupo de emigrantes que se agolpaban contra los hierros. Era gente moza, muchachos que se sentían atraídos por este obstáculo, símbolo visible de la separación de clases.
Hay entre ellos dos, Manuel Romero de Aquino y José García Collado, sobre cuya obra requerimos la atención del lector. Peninsulares ambos; pero emigrantes en edad moza al Archipiélago, allí besaron las pimpleides su frente de elegidos. Allí murieron, desconocidos de la tierra del abolorio.
Cada año vuelven, apretados como un rebaño en la proa de los mugrientos vapores de emigrantes, para trabajar en las estancias y reunir sus economías, soñando incesantemente con el lejano país. Parecen resbalar sobre el suelo de la República Argentina, sin hacer el menor esfuerzo para arraigarse en él.
Un ardor belicoso se había despertado en los emigrantes de popa, impulsando a unos contra otros. Los rusos jóvenes, de barbas de oro y camisas rojas, boxeaban con los alemanes de brazos nudosos y blancos. Se veían narices quebradas exhibiendo los remiendos de unas tirillas puestas en la farmacia. Los más forzudos exhibían con orgullo sus bíceps adornados con tatuajes azules.
Y señalaba a algunos emigrantes que contemplaban el Océano con aire pensativo, como figuras sacerdotales de hierática majestad, envueltos en luengas vestiduras, mientras sus dedos ganchudos se paseaban por las barbas, se hundían bajo el gorro de piel o avanzaban entre los pliegues y repliegues del pecho.
Palabra del Dia
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