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Sobrecielos de tela de oro y brocatel, que hacinaban polvo y telaraña en sus pliegues antiguos, ornaban los lechos hereditarios roídos por la carcoma. Las ventanas se abrían rara vez; pero ricos pebeteros de plata disimulaban el hedor hongoso y ratonil con su incesante sahumerio.

Así en constantes derroches de nuevos adelantos necesidad irresistible de compensar con siete días de gran señor las miserias del obraje el Silex volvió a remontar el río. Cayé llevó compañera, y ambos, borrachos como los demás peones, se instalaron en el puente, donde ya diez mulas se hacinaban en íntimo contacto con baúles, atados, perros, mujeres y hombres.

Un negro puedo valerme mil duros. Con nosotros no tenían gran cosa que hacer los tiburones; otros barcos negreros, que hacinaban los bultos de ébano en la bodega, en malas condiciones, iban teniéndolos que echar al agua a que sirvieran de pasto a los tiburones; nosotros, no; hubo viaje en que no murió ninguno.

Sólo Maltrana, inquieto y curioso por las novedades de la navegación, había ido de un lado a otro, desde el puente del capitán a los profundos sollados, iniciando conversaciones, lo mismo en las salas de los pasajeros de primera clase que en los departamentos de proa y popa donde se hacinaban los emigrantes.

Dos hileras de bancos corrían por toda la extensión del salón, y frente á la mesa presidencial, en el testero de la izquierda, se hacinaban en otra mesa, cubierta de blanquísimo mantel, adornado de lazos y bullones de colores, gran profusión de fiambres, pastas y dulces, y no escaso número de botellas de vinos y cerveza.