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Una de sus primeras visitas fue para el templo donde brillaba la señorita Victorina Tompain. ¡Allí que se le tributó un recibimiento entusiasta! ¡Con qué amistosa curiosidad corrió todo el mundo a su encuentro! ¡Qué dulcísimos dictados! ¡qué apretones de manos tan cordiales! ¡Cuántos labios hechiceros se alargaron hacia él, en forma de tentador hocico, para recibir un beso amistoso, sin la menor consecuencia!

Pero erraron esta vez, como otras muchas veces, sus tiros los demonios porque en lugar de salir con sus intentos, perdieron la presa; llenóse el miserable todo de pavor, y miedo, porque el corazón le decía que esta era cosa del infierno, y no sabía cómo echarlos de ; había oído decir que los dulcísimos nombres de Jesús y de María tenían poder contra esta canalla, pero no se ofrecían á la memoria, hasta que después de mucho trabajo se le ofrecieron y los pronunció: entonces los demonios, como si se viniese abajo toda la casa, huyeron con gran furia, y él, curado en el alma de sus liviandades, entró por el camino de la salvación, con más firmes propósitos y más seso que antes; y con tal mudanza y arrepentimiento de sus yerros, que estando aún con la fiebre se levantó de la cama y fué corriendo á echarse á los piés del P. Caballero, y con más lágrimas que palabras le pidió el santo bautismo.

Gustábale calzarse en el pie derecho el grueso escobillón, y arrastrando el paño con el izquierdo, andar de un lado para otro en la vasta pieza, con paso de baile o de patinación, puesta la mano en la cintura y ejercitando en grata gimnasia todos los músculos hasta sudar copiosamente, ponerse la cara como un pavo y sentir unos dulcísimos retozos de alegría por todo el cuerpo.

En medio de estos dulcísimos ensueños de su alma arrebatada, sentía Maximiliano unos saetazos que le hacían volver sobresaltado a la realidad. Era como la feroz picada de un mosquito cuando estamos empezando a dormirnos dulcemente... Por mucho que se estirase el dinero sacado de la hucha, al fin se tenía que concluir, porque todo es finito en este mundo, y el metálico precisamente es una de las cosas más finitas que se pueden imaginar... ¡María Santísima!, cuando el temido momento llegase... ¡cuando la última peseta del último duro fuera cambiada...! Si el mosquito le picaba a Maximiliano cuando estaba en su cama dormido o preparándose a ello, incorporábase tan desvelado cual si fueran las doce del día, o se ponía a dar vueltas en el lecho y a calentarlo con el ardor de su febril zozobra. A veces invocaba al Cielo con íntimo fervor de oración. Esperaba que la obra generosa que había emprendido pesase mucho en las recónditas intenciones de la Providencia para que Esta le sacase del atolladero en que los amantes iban a caer.

Después de referidos los prodigios mencionados con otros más, se leen en la novena las siguientes consideraciones: "¿Qué trabajo nos cuesta el habituarnos a repetir con nuestras invocaciones los dulcísimos nombres de Jesús, María y José?" El poder infernal

Sintiéndose el Padre mortalmente herido, pidió al neófito que lo dejase allí; y clavando luego en tierra una cruz, que llevaba en las manos, se puso de rodillas delante de ella ofreciendo la sangre que derramaba por sus mismos matadores, é invocando los dulcísimos nombres de Jesús y de María, quebrada y deshecha la cabeza á grandes golpes de macana, entregó su espíritu en manos de su Criador el día 18 de Septiembre del año 1711.

No bien murió don Juan I.º en 1390, i ocupó el trono de Castilla su hijo i sucesor don Enrique III, volvió el arcediano de Ecija á predicar contra los judíos, roto ya el freno i respeto con que en vida de aquel rei, bien á su pesar, habia sido oprimido; i así predicando en los mas públicos i frecuentados parajes en Sevilla, irritaba á la plebe poniéndole delante de los ojos la miseria del pueblo i la riqueza de los que guardaban la lei de Moisés, i atribuyendo á la codicia de estos los males que padecian los cristianos, i así es fama que les dirigia discursos semejantes á este: «Oh gentes infelices i para siempre desdichadas, ¿quién podrá remediar vuestras desdichas é infelicidades? ¿Veis la hambre que oprime con tanta fiereza á vosotros i á vuestras mujeres i á vuestros hijos? pues jamás será mitigada, jamás rompereis las cadenas que con todo vigor i fuerza os amarran á la miseria: jamás gustareis los dulcisimos regalos que la inconstante fortuna suele ofrecer á los mortales. ¡Ai pueblo solamente para el mal nacido!

Este enternecimiento le recuerda los melancólicos pesares que conturban su alma hace algún tiempo... Un grupo de árboles bajo los cuales hacen la siesta los leñadores después de haber comido; un pueblecillo en que se oye el toque de misa matutina y en que tenues humaredas se deslizan por encima de las techumbres de teja; una casuca campesina con sus ventanas abiertas en que flotan cortinillas blancas, puesta la ropa a secar tendida en la valla y cubriendo la suave colina la viña y el huerto... Todo eso le induce a dulcísimos ensueños de vida rústica.

Ruégote no permitas que al cantor de mi hijo ENEAS le venza HOMERO. Acuérdate de la lira de VIRGILIO, que cantó nuestras glorias y moduló las quejas del amor desgraciado; sus dulcísimos y melancólicos versos conmueven el alma: él alabó la piedad, encarnada en el hijo de ANCHISES: sus combates no son menos bellos que los que se efectuaron á los pies de los muros troyanos; ENEAS es más grande y piadoso que el iracundo AQUILES: en fin, en mi sentir, VIRGILIO es muy superior al poeta de Chío. ¿No es verdad que él llena todas las cualidades que tu sagrada mente ha concebido?

El pueblo de Riosa quiere dar una prueba de respeto y gratitud a su decidido protector, al que en circunstancias críticas no ha vacilado en exponer un enorme capital comprando este desacreditado establecimiento y salvándolo de la ruina. ¡Qué hermoso es hacer bien! exclamó Lola Madariaga con voz conmovida, posando en Salabert con admiración sus dulcísimos ojos.