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Actualizado: 15 de junio de 2025


Dupont, enardecido por el general asentimiento, seguía hablando, pero ahora en tono grave. La gente baja, lo que necesitaba antes del jornal, era el consuelo de la religión. Sin religión se vive rabiando, víctima de toda clase de infelicidades, y este era el caso de los trabajadores de Jerez.

Este caballero portugués, compadecido de las infelicidades de los hebreos, dictó providencias oportunas á satisfacer los deseos de aquellas miserables gentes; i con su ayuda fueron viniendo á las Andalucías hasta el año de 1496 muchas familias, cristianas unas i otras con voluntad de cristianarse.

El desgraciado Gerif, que tanto tiempo le conservó el cielo la vida para presenciar tamañas infelicidades, acertó a venir cuando aún duraba el primer espanto de los continuos de don Lope.

Ellas temiendo constantemente por la libertad i por la vida de sus maridos, i ambos pasando sin sus hijos en la mayor amargura los dias de la juventud, i esperando sin el calor i abrigo de ellos otras mayores amarguras para los dias de la vejez: menospreciadas las leyes, recibiendo diariamente insultos i agravios, sin haber quien los castigase, i sin poder vengarlos con sus propias manos: perseguidos así por los reyes, por los obispos i por los magnates, como por los plebeyos: esperimentando los mismos rigores i aun mas que los esclavos: padeciendo todo el peso de una adversa fortuna i sin esperar los beneficios de una próspera: no hallando oidos para sus quejas, favor para sus riesgos, alivio para sus males, consuelo para sus aflicciones, piedad para sus infelicidades, i reparo i enmienda para sus daños; i por último viéndose en todo tiempo i lugar i por todo linaje de gentes, tratados con opresion, con desprecio, con odio i hasta con vilipendio.

Ahora pues, cotejese las ventajas que gozaban los de Sierra Morena con las infelicidades de los de San Julian y Rio Negro, y justamente podrá decirse que allí todo era gusto y alegria, y aquí todo infelicidad y tristeza.

Como los creyentes en la fatalidad de la suerte del viernes o del trece, los creyentes en las supersticiones católicas están aclimatados desde la infancia a la fe en los fetiches y a su régimen de terrores y esperanzas ilusorias, y perfectamente avenidos a las infelicidades y explotaciones conexas, por su profunda convicción de hacerse infinitamente más infelices si las dejasen; aclimatados a la perspectiva del fuego eterno, como a los fríos glaciales el groenlandés que sufre en las regiones templadas la nostalgia de sus nieves perpetuas.

Cuando salieron estos desdichados de sus tierras, viendo los cristianos que muchos de ellos caminaban mui fatigados, enfermos i convalecientes i yendo á pie ó en malas cabalgaduras, moviéronse á lástima; i así es fama que solian exhortarlos para que recibiesen el agua del bautismo, i pusiesen fin á sus infelicidades presentes, i á las que estaban por venir.

No bien murió don Juan I.º en 1390, i ocupó el trono de Castilla su hijo i sucesor don Enrique III, volvió el arcediano de Ecija á predicar contra los judíos, roto ya el freno i respeto con que en vida de aquel rei, bien á su pesar, habia sido oprimido; i así predicando en los mas públicos i frecuentados parajes en Sevilla, irritaba á la plebe poniéndole delante de los ojos la miseria del pueblo i la riqueza de los que guardaban la lei de Moisés, i atribuyendo á la codicia de estos los males que padecian los cristianos, i así es fama que les dirigia discursos semejantes á este: «Oh gentes infelices i para siempre desdichadas, ¿quién podrá remediar vuestras desdichas é infelicidades? ¿Veis la hambre que oprime con tanta fiereza á vosotros i á vuestras mujeres i á vuestros hijos? pues jamás será mitigada, jamás rompereis las cadenas que con todo vigor i fuerza os amarran á la miseria: jamás gustareis los dulcisimos regalos que la inconstante fortuna suele ofrecer á los mortales. ¡Ai pueblo solamente para el mal nacido!

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