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Actualizado: 1 de mayo de 2025


Con todo, dijo que diesen la camisa a Sancho, y, encerrándose con él en una cuadra donde estaba un rico lecho, se desnudó y vistió la camisa; y, viéndose solo con Sancho, le dijo: -Dime, truhán moderno y majadero antiguo: ¿parécete bien deshonrar y afrentar a una dueña tan veneranda y tan digna de respeto como aquélla? ¿Tiempos eran aquéllos para acordarte del rucio, o señores son éstos para dejar mal pasar a las bestias, tratando tan elegantemente a sus dueños?

A cuyas razones respondió don Quijote, con mucha gravedad y prosopopeya: -Buena dueña, templad vuestras lágrimas, o, por mejor decir, enjugadlas y ahorrad de vuestros suspiros, que yo tomo a mi cargo el remedio de vuestra hija, a la cual le hubiera estado mejor no haber sido tan fácil en creer promesas de enamorados, las cuales, por la mayor parte, son ligeras de prometer y muy pesadas de cumplir; y así, con licencia del duque mi señor, yo me partiré luego en busca dese desalmado mancebo, y le hallaré, y le desafiaré, y le mataré cada y cuando que se escusare de cumplir la prometida palabra; que el principal asumpto de mi profesión es perdonar a los humildes y castigar a los soberbios; quiero decir: acorrer a los miserables y destruir a los rigurosos.

En aquel momento se abrió la puerta y apareció una dueña. ¡Ah, señor Francisco! ¡Y cuánto trabajo me ha costado encontraros! dijo la dueña . He tenido que decir que venía de palacio, con orden de su majestad para vos. ¿Y es cierto...? ¿Traéis orden? Casi, casi. Os traigo una carta. Dadme acá, doña Verónica, dadme acá. La dueña entregó una carta al cocinero mayor, que éste abrió con impaciencia.

Al llegar los frailes a Inhiesta, Angustias había desaparecido. La dueña de la hospedería les entregó un papel que la niña había olvidado en la habitación. Era la carta de Xuantipa.

-Mi asno -respondió Sancho-, que por no nombrarle con este nombre, le suelo llamar el rucio; y a esta señora dueña le rogué, cuando entré en este castillo, tuviese cuenta con él, y azoróse de manera como si la hubiera dicho que era fea o vieja, debiendo ser más propio y natural de las dueñas pensar jumentos que autorizar las salas. ¡Oh, válame Dios, y cuán mal estaba con estas señoras un hidalgo de mi lugar!

Se necesitaba un valor heroico para aceptar la invitación á sus comidas, que ella misma preparaba. A los postres hay que pedir por teléfono un médico, y alguna vez será preciso avisar á la Agencia de pompas fúnebres. Entre risas sofocadas, recordaban la historia de la dueña de la casa. Había sido rica en otros tiempos; unos decían que por sus padres; otros, que por sus amantes.

Como no cumpliré diez y ocho años ni seré dueña de misma el día veinte, y como no tengo una madrastra enferma, no es de razón que me quede. ¿Me permitirá entonces que la acompañe otra vez hasta la ventana del Instituto? Al volver media hora más tarde, Príncipe encontró a Carolina sentada en un taburete a los pies de la señora de Ponce.

Mirad dijo ésta , ¡oh, reverenda justicia!, dónde están mis endotrinadas; huyen mi enseñanza saludable, y se entregan a sus zambras, y no advierten en traer con ellas a la prudencia y virtud personificadas en una dueña; los luengos mantos espantan a los almaizares y alcandoras; vigilancia, alerta, reverenda justicia.

Y la admiración y la duda se pintaban en su candoroso y bello semblante. Por último, la dueña tocó a una puerta, que no estaba abierta como las demás que habían dado paso de un salón a otro salón, sino que estaba cerrada. La dueña la abrió un poco, lo suficiente para que cupiese por ella una persona, empujó a Mutileder, le hizo entrar, y quedándose fuera, cerró otra vez la puerta, dejándole solo.

Cuando el criado le echaba por fin sobre los hombros el capotillo de negro terciopelo atrencillado, una dueña vino a decirle que Beatriz subía las escaleras, y que, no estando ataviada aún doña Guiomar, era necesario entretener a la visita. ¡Ah! ¡cómo viene hacia ! exclamó Ramiro para su coleto; y dando un último toque a sus cabellos, salió de la estancia.

Palabra del Dia

bagani

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