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Actualizado: 1 de junio de 2025


El mayor éxito, en fin, de la dueña de casa está en poner en circulación danzante a las «planchadoras», procurando aliviar la desventura de las proscriptas del baile. La «planchadora» ignora siempre las causas de su triste condición. La Providencia la libra de este aflictivo conocimiento.

Preguntó la duquesa al duque si sería bien ir a recebirla, pues era condesa y persona principal. -Por lo que tiene de condesa -respondió Sancho, antes que el duque respondiese-, bien estoy en que vuestras grandezas salgan a recebirla; pero por lo de dueña, soy de parecer que no se muevan un paso. ¿Quién te mete a ti en esto, Sancho? -dijo don Quijote.

Es verdad repuso ella sonriendo afablemente y dejando ver unos dientes que no podían estar sin burla en otra boca, ni pertenecer sin desdoro a otra dueña; tanto eran de perfectos. Yo pensaba lo mismo que Lorenzo, señorita; estamos sin duda en la chacra de los contrastes. ¿Lo dice usted por el «ñato»?

La brumada dueña, que oyó conjurarse, por su temor coligió el de don Quijote, y con voz afligida y baja le respondió: -Señor don Quijote, si es que acaso vuestra merced es don Quijote, yo no soy fantasma, ni visión, ni alma de purgatorio, como vuestra merced debe de haber pensado, sino doña Rodríguez, la dueña de honor de mi señora la duquesa, que, con una necesidad de aquellas que vuestra merced suele remediar, a vuestra merced vengo.

Capítulo LII. Donde se cuenta la aventura de la segunda dueña Dolorida, o Angustiada, llamada por otro nombre doña Rodríguez

Ana, viuda a la sazón de su capitán mercante, que andaba allá por Ribadeo, se prestó gustosa a ser, en cierto modo, la dueña guardadora de la Tribuna. Por su parte Baltasar se apoderó de Borrén. Estaban aún los dos enamorados en el período comunicativo. ¿Te dio palabra de casarse contigo? preguntaba Ana a su amiga.

Como Paz era buena, el tesoro de cariño que halló en su casa la hizo olvidarse pronto del colegio, y aquella afición mongil se apagó como con la mano. La libertad de acción, el sano orgullo de mandar en su casa como dueña y, sobre todo, el habilidoso amor de padre, ahogaron a tiempo el piadoso secuestro que pudo haber sobrevenido.

Aquí me quedo rezando a todos los santos del cielo para que te inspiren, y a las dos nos saquen de este Purgatorio. Adiós, hija». Habiéndose trazado un plan, el único que, en su certero juicio, le ofrecía remotas probabilidades de éxito, dirigiose Benina a la calle de Mediodía Grande, y a la casa de dormir propiedad de su amiga Doña Bernarda. La dueña del establecimiento brillaba por su ausencia.

»Hago escrebir este papel por la dueña, pues me he lisiado ayer un dedo, jugando en el huerto con los amigosDoña Guiomar había puesto en movimiento a la numerosa servidumbre.

Aquello no fue más que una sospecha fugaz como el relámpago, que apenas nace muere: lo que me produjo más que odio, más que despecho, más que cólera, fue el conocimiento de las ventajas que por momentos ganaba el fatuo Mengis en el corazón de aquella que tan absoluta y súbitamente se había hecho dueña de mi voluntad y de mis sentimientos.

Palabra del Dia

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