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Actualizado: 1 de junio de 2025


Y es esto tan ansí, que me acuerdo yo que me decía una mi agüela de partes de mi padre, cuando veía alguna dueña con tocas reverendas: ''Aquélla, nieto, se parece a la dueña Quintañona''; de donde arguyo yo que la debió de conocer ella o, por lo menos, debió de alcanzar a ver algún retrato suyo.

Cuando doña Bernarda se vio sola y dueña absoluta de su casa, no pudo ocultar su satisfacción. Ahora se vería de lo que era capaz una mujer. Contaba con el consejo y experiencia de don Andrés, más unido a ella que nunca y con la figura de Rafael, el joven abogado sostenedor del nombre de los Brull. El prestigio de la familia seguía inalterable.

Venga vuestra señoría conmigo; cabalmente doña Clara, según me ha dicho su dueña, no está de servicio. Vamos, pues dijo el padre Aliaga. Ruy Soto encendió una lámpara de mano, abrió una puertecilla y subió por una escalera de caracol. El padre Aliaga le siguió. Poco después Ruy Soto llamaba á la puerta del cuarto de doña Clara, y daba el recado del padre Aliaga.

Por efecto de esas aberraciones del gusto que marcan el tránsito de la pasión al vicio, Joaquín la amaba más con aquel atavío grosero; y si estuviera completamente derrotada, como mendiga de las calles, viera en ella sublimado el ideal del momento. «¿Y cuándo hablará su papá de usted a la marquesa? preguntó Isidora ya más dueña de . La marquesa está en Córdoba...

Dejad que esa nueva sangre anime nuevas formas; dejad que los almohades terminen en Sevilla el gigantesco ensayo del arte que se proponen sustituir al arte de los Umeyas ; dejad que entre tanto las dos grandes monarquías enemigas que ya no caben juntas en España desahoguen su plétora en las sangrientas batallas de Alarcos y Muradal; y entonces será tiempo de decidir cuál de estas dos nacionalidades tan llenas de vida, tan pródigas de su sabia, tan épicas en sus hechos, ha de quedar dueña esclusiva de las hermosas ciudades del Guadalquivir, con sus usos, sus artes, su lengua y su .

La señorita Guichard envió á su huésped todo lo necesario, pero no pareció por su habitación. Al día siguiente, á las diez de la mañana, el médico dió de alta á Mauricio y éste, ya vestido y ofreciendo el aspecto de un bello mozo, solicitó en vano el favor de dar las gracias á la dueña de la casa. Dejó una carta, en la que prometía volver, subió en un coche y se dirigió á Montretout.

En una palabra, amiga mía dijo Amaranta dirigiéndose a doña Flora . Ante una persona tan de confianza como el Sr. D. Pedro, puede usted dejar a un lado el disimulo, confesando que las ternuras y patéticas declaraciones de este joven no le causan desagrado. Jesús, amiga mía exclamó mudando de color la dueña de la casa , ¿qué está usted diciendo?

-Duerme, Sancho amigo -respondió don Quijote-, si es que te dan lugar los alfilerazos y pellizcos recebidos, y las mamonas hechas. -Ningún dolor -replicó Sancho- llegó a la afrenta de las mamonas, no por otra cosa que por habérmelas hecho dueña, que confundidas sean; y torno a suplicar a vuesa merced me deje dormir, porque el sueño es alivio de las miserias de los que las tienen despiertas.

En esto se levantó don Quijote, y, encaminando sus razones a la Dolorida dueña, dijo: -Si vuestras cuitas, angustiada señora, se pueden prometer alguna esperanza de remedio por algún valor o fuerzas de algún andante caballero, aquí están las mías, que, aunque flacas y breves, todas se emplearán en vuestro servicio.

Una palabra tuya puede salvarme. ¿Verdad que me perdonas? ¿Verdad, niña mía, que todo lo olvidarás? Nadie te ha dicho nada, y yo mismo, yo mismo, sin temer tus enojos, vengo a confesarte que durante varios días otra mujer ha sido dueña de este corazón que es tuyo, solamente tuyo. Pero nunca te olvidé, aunque quise olvidarme de ti

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