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Actualizado: 2 de junio de 2025
Entonces, padrino mío, ¿usted supone que la señorita Guichard ha dejado Rouxmesnil? Esta mañana, á primera hora. ¿Y que está en París! Y acaso en camino para Montretout.
Para desmentir esos funestos rumores, no hizo, durante dos años, más que negociaciones al contado. Tenía en Montretout, enfrente del bosque de Bolonia, una casa de campo encantadora, en la que sostenía un maravilloso lujo de flores.
Entonces, corriente. Dame hoy doble ración de ternura, porque desde mañana viviremos separados ... ¡Así lo exige la política! Habían llegado á la verja de la quinta de Montretout; entraron y pasaron la velada haciendo proyectos para el porvenir. Al día siguiente, como había dispuesto Roussel, Mauricio se presentó en la Celle-Saint-Cloud y fué recibido sin dificultades.
Tomó de nuevo el camino del bosque, con la cabeza baja y al llegar á la plazoleta, arrojó un grito ahogado y palideció: su tutor estaba delante de él. El anciano estaba grave y un poco pálido, pero su fisonomía y su actitud no acusaban enfado alguno. Viendo á Mauricio perplejo, se adelantó sin hablar, le cogió afectuosamente el brazo y marchó á su lado en dirección á Montretout.
Se había instalado en la Celle-Saint-Cloud, como todos los años, para pasar el verano, y en sus paseos por el bosque de Saint-Cucufa, veía en la eminencia de Montretout la casa de su primo. Con mucha frecuencia pensaba: "Si tuviera á mi disposición durante un día uno de los grandes cañones del Mont-Valerien, ¡cómo aniquilaría la casucha de ese miserable!
Tomada su resolución, entró en el cuarto, se acostó y se durmió. En el hermoso comedor de la quinta de Montretout, Roussel, Herminia y Mauricio acababan de comer. Los jóvenes y su padrino estaban locos de alegría.
Entró en un teatro; encontró insípida la obra que se representaba, á pesar de que llevaba doscientas representaciones, y volvió á Montretout en el último tren. Dormía profundamente por la mañana, cuando la puerta de su cuarto se abrió bruscamente y entró el señor Roussel diciendo: ¡Soy yo! ¡Cómo, perezoso! ¿estás todavía en la cama? Ven á abrazarme. Mauricio no se lo hizo repetir.
Desde el día en que Mauricio fué admitido en casa de la señorita Guichard, Fortunato pensó, con mucha delicadeza, que convenía poner en buen lugar ante su pupilo á una mujer con la que iba á estar unido por estrechos lazos. De vez en cuando, cuando se aburría mucho en Montretout, hacía una escapada á París é iba á sorprender á Mauricio, por la mañana, en su estudio.
Sin duda ha estado usted enfermo, porque hace quince días que no sabemos de usted. Dispénseme usted, señorita, pero no he estado enfermo. ¡Ah! exclamó Clementina con severidad amenazadora. Entonces habrá usted estado ausente. No, señorita; he estado en Montretout.... ¿Tan cerca?, dijo expresando una áspera ironía. Entonces, ¿qué le ha impedido á usted venir?
La señorita Guichard envió á su huésped todo lo necesario, pero no pareció por su habitación. Al día siguiente, á las diez de la mañana, el médico dió de alta á Mauricio y éste, ya vestido y ofreciendo el aspecto de un bello mozo, solicitó en vano el favor de dar las gracias á la dueña de la casa. Dejó una carta, en la que prometía volver, subió en un coche y se dirigió á Montretout.
Palabra del Dia
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