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Actualizado: 21 de junio de 2025


El prestidigitador añade Bernard Shaw continuaba todavía allí jugando ante la audiencia con las mismas bolas... A mi vez, yo diré que una noche me despedí de unos amigos con los que había estado cenando en un café de la Puerta del Sol. Creo que les dije que iba a volver en seguida, y volví siete años más tarde; pero ¿qué son siete años en un café de Madrid?

Volvió, se rió, cruzó rozando a mi lado, sonriéndome forzosamente, pues estaba a su paso, mientras yo, como un idiota, continuaba soñando con una súbita detención a mi lado, y no una, sino dos manos, puestas sobre mis sienes: Y bien: ahora que me has visto de pie: ¿me quieres todavía? ¡Bah! Muerto, bien muerto, me despedí, y oprimí un instante aquella mano fría, amable y rápida.

Al fin, ya eran las dos, y como era forzoso el camino, salimos de Madrid. Yo me despedí de él, aunque me pesaba, y comencé a caminar para el puerto. Quiso Dios que porque no fuese pensando en mal, me topase con un soldado.

Sentime en el colmo de la indignación. ¿De dónde podría salir esta gente, que no sabía lo que era el bridge? Creí que ante mis plantas se abría un abismo... ¡No, yo no podía aliarme con una familia tan... cualquier cosa! ¡Yo no podía quedar un instante más en una casa tan cursi! Por eso, sin contestar al anfitrión si era o no el bridge un juego de billar, me despedí bruscamente...

A la noche siguiente dejé muy tarde la mesa en que acababa de comer en compañía de Flavia y la conduje hasta la puerta de sus habitaciones. Allí besé su mano y me despedí de ella deseándole tranquilo reposo. Inmediatamente cambié de traje y salí. Sarto y Tarlein me esperaban con tres hombres y los caballos. Sarto llevaba consigo una larga cuerda, y ambos iban bien armados.

Me recomendó que no dejase de pasar después por la tienda a darles las gracias, pero encareciéndome mucho que no permaneciese allí más tiempo que el indispensable, porque a menudo había reyertas. Algo maravillado de aquellas singulares costumbres, así que me despedí de ella, apresureme a cumplir su encargo.

Yo había tomado el camino derecho, y desde entonces me empezó a salir todo bien. Esta ha sido mi historia. Dejó de hablar el viejo y se me quedó mirando con sus ojos grises. ¿Quién cree usted que sería el verdadero Ugarte de los dos? le pregunté yo . ¿El de la cicatriz o el otro? El de la cicatriz, seguramente. El otro, sin duda, no quiso dar su nombre. Me despedí de Itchaso y me fuí a mi barco.

Verdad es que él fue atrevido, atrevidísimo... Es tan apasionado, que no sabe lo que se hace... Estaba fuera de . ¡Qué ojos, qué fuerza la de sus manos! ¡Pero qué seria estuve yo!... Con cuánta frialdad le despedí..., y ahora me muero porque vuelva... ¡Jesús, acaban de dar las cinco y ya dan las seis! Esto no puede ser. Ese reloj está borracho... Tengamos calma. Siento mucho sueno.

Me despedí para dar algunos paseos con él por la galería. Ya he dicho que procuraba presentarme en público las menos veces posible en compañía de las monjas. Las saludó con aquella displicencia y mirada cínica que tanto me desplacía. Así que no pude menos de abocarle con cierta frialdad. Buenos días, amigo. ¿Le ha pedido usted la conversación ya a la monjita? ¿Cómo la conversación?

No vinieron.... Ya sabes: como doña Carmelita está un poco mala.... ¿De qué? pregunté inquieto. Lo de siempre.... Los achaques.... Anda, que te están esperando. Dame la maletita. ¿No dejas nada? No; mañana temprano vendrás por el baúl. En marcha. A la salida me despedí, muy de prisa, de mis compañeros de viaje. Andrés no dejaba de verme ni de acariciarme. A cada paso me decía.

Palabra del Dia

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