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Actualizado: 21 de octubre de 2025


Mis compañeros personales habían tomado la delantera ya; veía yo a mi colega con el cónsul inglés de Hoda, tranquilo sobre su suerte, me despedí, piqué mi mula y emprendí solo y rápidamente la marcha hacia adelante.

Los hay que me molestan poco: los últimos, apenas; me parecen amigos de los que me despedí ayer; pero los antiguos, los de mi primera época, cuando aún me emocionaba y me sentía torpe, esos son verdaderos demonios, que, apenas me ven solo en la oscuridad, desfilan sobre mi pecho en interminable procesión, me oprimen, me asfixian, rozándome los ojos con el borde de sus hopas.

Entonces empezó la murmuración y el hacer trizas a las pobres muchachas. Ricardo dejó el periódico y salió a la puerta para ver a las señoritas. Las chicas se detuvieron un instante, saludaron, y la rubia exclamó, dirigiéndose a : ¡Rodolfo! Me despedí del grupo, y acudí al llamado de la señorita.

»Con esto, me despedí al punto de entrambos; y ella, arrancándosele el alma, al parecer, se fue con su padre; y yo, con achaque de buscar las yerbas, rodeé muy bien y a mi placer todo el jardín: miré bien las entradas y salidas, y la fortaleza de la casa, y la comodidad que se podía ofrecer para facilitar todo nuestro negocio.

Ellos levantaban bien; iban tres al mohíno pero quedaron mohínos los tres, porque yo, que sabía más que ellos, les di tal gatada que en espacio de tres horas me llevé más de mil trescientos reales. Di baratos y con mi «¡Loado sea Nuestro Señor!», me despedí, encargándoles que no recibiesen escándalo de verme jugar, que era entretenimiento y no otra cosa.

Hice proyectos absurdos de provocarle, que, afortunadamente, no llegué a realizar, y a mediados del mes de julio me quedé sorprendido con la entrada en la bahía de Cádiz de la Bella Vizcaína. Llegaba el momento fatal. Había que embarcarse. Me despedí de mi novia, que me hizo mil promesas de fidelidad y de escribirme, y me fuí a la fragata considerándome un hombre desgraciado.

»Creí que en el mensaje no había, visto otra cosa que un suceso ordinario y no quise revelarle la verdad. Me despedí, diciendo que volvería en seguida, y salí dejándola a solas con su padre. »No me engañaban mis presentimientos.

Emprendí la marcha, llevando conmigo un muchacho montado, pues en Chimbe despedí al mozo de a pie, cuya utilidad durante el viaje había sido bastante problemática. Los equipajes iban delante, y según mi cálculo, debían ya encontrarse en Bogotá. Sólo llevaba una valija con mis papeles y valores.

Yo empecé a estudiar la anatomía. ¡Ciencia admirable, divina! Tanto era el trabajo escolástico, que tuve que abandonar la barbería de aquel famoso maestro Cayetano.... El día en que me despedí, él lloraba.... Diome dos duros y su mujer me obsequió con unos pantalones viejos de su esposo.... Entré a servir de ayuda de cámara. Dios me protegía dándome siempre buenos amos.

Durante dos horas, Amparo, haciendo casi sola la conversación, me dejó conocer cuánto valía su moral: vinimos al fin a recaer en mis viajes; me preguntó acerca de las civilizaciones extranjeras, y sin haber hablado ni una sola palabra de su pasado ni de sus proyectos, me despedí de ella. Fui a ver al padre Ambrosio algunos días después.

Palabra del Dia

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