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Actualizado: 17 de julio de 2025
En el cristal del almacén, escrito con letras negras, se leía un nombre medio borrado: Fermín Itchaso. Entramos en el establecimiento el capitán de la Dama Zuri y yo. Hablé yo con un hombre joven que nos salió al encuentro, y que no comprendía el vascuence. El capitán, paisano mío, no sabía el francés, y quería entenderse directamente con el comerciante.
Ahora, vamos añadió el viejo, dirigiéndose al capitán de la Dama Zuri , a nuestros asuntos. Me despedí del capitán y de Itchaso, fuí a mi barco, y a las cinco en punto estaba en el muelle de Borgoña, en la tienda de objetos navales. El viejo Itchaso me esperaba, e, inmediatamente de llegar, me pasó a un cuarto pequeño con una ventana que daba al muelle.
Yo había tomado el camino derecho, y desde entonces me empezó a salir todo bien. Esta ha sido mi historia. Dejó de hablar el viejo y se me quedó mirando con sus ojos grises. ¿Quién cree usted que sería el verdadero Ugarte de los dos? le pregunté yo . ¿El de la cicatriz o el otro? El de la cicatriz, seguramente. El otro, sin duda, no quiso dar su nombre. Me despedí de Itchaso y me fuí a mi barco.
Itchaso tenía preparada una botella de vino de Burdeos, añejo, que conservaba en el casco polvo y telarañas. Llenó dos copas; luego levantó la suya, y dijo: Por el país vasco, mi oficial. Por España. Por Francia. Chocamos las copas, bebimos, y el viejo comenzó su narración de este modo: Soy de Guethary, un pueblo pequeño próximo a España, y que quizá usted conozca. Allí pasé mi infancia.
Palabra del Dia
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