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Actualizado: 28 de junio de 2025
Y como si el recién llegado hubiese comprendido aquella pregunta en aquella mirada, dijo: Don Rodrigo está gravemente herido, casa del duque de Lerma. Montiño se puso levemente pálido, y fijó con ansiedad los ojos en Dorotea. ¿Y bien? dijo ésta ¿porqué me dais esa noticia como si se tratase de una persona muy allegada á mí? ¡Cómo! dijo con insolencia aquel hombre yo creía que os importaba algo.
¿Y... cuándo pensáis casaros con mi amigo? Si él consiente... pronto... muy pronto. ¿Será cosa de prepararlo para que no le haga mal el susto? ¡Oh! no, no tanto. Y os agradecería que me hiciéseis un favor. ¿Cuál? ¿Me dais vuestra palabra de que me lo concederéis? Dóiosla y ciento, mil. No digáis una sola palabra de lo que hemos hablado de él á vuestro amigo. Otorgo. Y quisiera que...
SANCHO. Nobles campos de Galicia, Que a sombras destas montañas, Que el Sil entre verdes cañas Llevar la falda codicia, Dais sustento a la milicia De flores de mil colores; Aves que cantáis amores, Fieras que andáis sin gobierno, ¿Habéis visto amor más tierno En aves, fieras y flores?
"¡Bendito seáis vos, Señor, quedé yo diciendo, que dais la enfermedad y ponéis el remedio! ¿Quién encontrará a aquel mi señor, que no piense, según el contento de sí lleva, haber anoche bien cenado y dormido en buena cama y, aunque agora es de mañana, no le cuenten por muy bien almorzado? ¡Grandes secretos son, Señor, los que vos hacéis y las gentes ignoran! ¿A quién no engañará aquella buena disposición y razonable capa y sayo? ¿Y quién pensará que aquel gentil hombre se pasó ayer todo el día sin comer, con aquel mendrugo de pan que su criado Lázaro trujo un día y una noche en el arca de su seno, do no se le podía pegar mucha limpieza, y hoy, lavándose las manos y cara, a falta de paño de manos se hacía servir de la halda del sayo?
Y no sólo vos, respondió Ginés de Sepúlveda, sino vuestra casa y las otras casas adonde fuéredes, como todo lugar en que os encontráredes. Pues mirad, dijo doña Guiomar, si me dais esa milagrosa medalla, os perdono el abrazo que tan sin licencia mía, y tan contra mi voluntad y mi pudor, me habéis dado; que en Dios y en mi ánima, este es el primer abrazo de hombre que he sentido.
Por mi desdicha; quisiera ignorarlo todo. Me dais miedo. ¡Ah! ¡por fin! Mientras una mujer injuria ó llora ó se desespera, aún hay esperanzas de dominarla; pero cuando, como vos, acaba por hablar á sangre fría, y casi ríe... Entonces está resuelta... decís bien: y mi resolución es invariable. Pues bien, doña Catalina, os juro que os salvaré de vuestra propia locura, antes de algunas horas.
¿Pero nada me decís? ¿Ninguna señal vuestra me dais? ¡Ah! ¿queréis una señal? Tomad. ¿Y qué es esto...? Tomadlo. ¡Una joya! No, una señal. Y oíd: seguid guardando un profundo secreto acerca de vuestras dos aventuras conmigo. Vos no habéis estado en la portería de damas, vos no habéis oído nada.
Si me dais medios de que lo sea, os perdono. Rechazo vuestro perdón, y me asombro de que me lo ofrezcáis; ¿pues en qué os he ofendido yo? ¡Ay, triste de mí! ¡Qué desgraciada soy! Inclinó la comedianta la hermosa cabeza, y luego la levantó en un movimiento sublime. Su mirada resplandecía. Quevedo la miraba con asombro. No, no soy desgraciada dijo la Dorotea , sino muy feliz, felicísima.
¿Y no nos dais para beber? dijo este último ; mis camaradas se han ido rendidos. Dió un escalofrío al cocinero mayor, que dió, con un violento esfuerzo, cuatro escudos al soldado y un ducado á los mozos. Al fin se encontró solo con el alguacil, que había penetrado en aquella especie de sancta sanctorum del cocinero mayor. Este cerró la puerta.
Si dais un sólo grito, os rompo la cabeza gritó el intendente fuera de sí . Respondedme en seguida. ¿Qué le dije al aya? ¡Oh, poca cosa, Mathys! Es cierto que le dije que Elena iba a ser llevada hoy a la casa de sanidad. No, no ha sido eso. Pero hasta le oculté el nombre del establecimiento a que va a ser llevada.
Palabra del Dia
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