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Actualizado: 17 de noviembre de 2025


Una muchedumbre inmensa de blusas azules y pantalones rayados se agitó conmovida, embargada por los más nobles sentimientos religiosos y humanitarios. Acto continuo se trasladaron todos a la antigua iglesia parroquial para cantar el Te Deum en acción de gracias.

Clara, conmovida hasta saltársele las lágrimas, de todos se despide, sube por la escalerilla y todavía desde lo alto les envía con su hermosa mano un beso de despedida. Sin embargo, arriba ya estaban buscándola su hermano y Tristán. El coche enganchado esperaba a la puerta.

Una vez, sin embargo, vino con señales en la cara de los malos tratos de su padre. La fisonomía de Andrés se nubló repentinamente, y con voz conmovida le preguntó: ¿Te sigue pegando tu padre? La chica se encogió de hombros y sonrió de modo expresivo.

Y había tal sinceridad en esta confesión de amor, que Leonora, cada vez más conmovida, se aproximaba a él, caminaba pegada a su cuerpo sin darse cuenta y sonreía levemente, repitiendo su frase, mezcla de afecto maternal y de lástima. ¡Pobre Rafael!... ¡Pobrecito mío! Habían llegado a la verja que daba entrada al huerto. La avenida estaba desierta.

El tuvo fuerzas para disimular, exclamando con desprecio: ¡Me había de batir yo con ese canalla! ¡Nunca!... Le mataré donde le encuentre... Creyó en sus palabras; pero volvió a decirle con voz conmovida: Hazlo por tus inocentes hijas. Por mis hijas... y por ti respondió acariciándole afectuosamente el rostro con la mano. Y se apresuró a alejarse, porque la emoción le ahogaba.

Mientras hablaba de este modo, la tía se enjugó algunas lágrimas; Judit, conmovida por aquel enternecimiento, se atrevió entonces a preguntar solamente quién era aquel protector y por qué había merecido ella una distinción tan elevada. Ya lo sabrás, hija mía, ya lo sabrás... Por el momento, todas tus compañeras se van a morir de envidia.

El marqués le miró sorprendido de la poca importancia que daba a aquella preciosa misiva. ¿Quieres que te la lea? Si no es muy larga.... Manolo la desdobló con el mismo cuidado y respeto que si fuese un autógrafo de Santa Teresa de Jesús y leyó con voz conmovida: "Mi queridísimo Manolo: Hazme el favor de mandarme por el dador dos mil pesetas que necesito con urgencia.

Elena volvió á donde yo estaba, radiante de alegría. Y bien, querida, espero que ahora comerás tu pan. No, Máximo; he estado demasiado conmovida como ves, y, además, es menester decirte que hoy ha entrado una nueva discípula, que nos ha regalado merengues y algunos otros dulces; de modo que no tengo hambre.

Había sido una determinación juiciosa. Pero ¿qué haría ahora que traído a su lado por la fuerza de los acontecimientos se vería mezclado de nuevo en su vida y sería testigo de las efusiones entre ella y su novio? Ante esta última suposición, María Teresa se sintió conmovida por una gran piedad. Por nada del mundo consentiría en afligir con tal espectáculo a este amigo que sufría por amarla.

Conservaría un sentimiento indeleble, al mismo tiempo de creerme obligada por su clemencia. Renuncio a esa doble carga. ¿Entonces? pregunté anhelante de emoción. También ella estaba conmovida, y en sus ojos brillaban las lágrimas. Su voz se debilitó y me dijo muy bajo: Creo que nos hemos engañado... No soy yo la mujer que le conviene a usted... y acaso no es usted tampoco como yo había creído...

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