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Actualizado: 29 de octubre de 2025
Porque me estáis maravillando, vais creciendo, creciendo delante de mí, y ya no encuentro en vos á la educanda de las Descalzas Reales, ni á la comedianta de esta mañana. Seguid, seguid; veamos cómo me vísteis en el convento, cómo me habéis visto esta mañana y cómo me véis ahora.
¡Ah! ¿y quién es? La Dorotea. ¡La querida del duque de Lerma! Eso es. ¡Y esa mujer...! Está loca por don Juan. ¿Y esa mujer puede...? Ya lo creo... pero si os ayuda, será necesario que vos la ayudéis. Y el rostro del bufón, al decir estas palabras, tenía algo de terrible. Vamos, pues, vamos dijo Montiño alentando una esperanza ; ¿y está muy lejos la casa de esa comedianta?
Se da de través con ellos. ¿Quiénes son? El tío Manolillo y Francisco Martínez Montiño. Esperad: ¿no es vuestra amante la Dorotea, la hermosa comedianta? Sí. Pues por ahí tenéis cogido al bufón del rey. Aún queda el cocinero mayor, y éste es el tal, por lo que veo, que un secreto se le va con la misma facilidad que se escapa el agua de una cesta.
El tío Manolillo puede ser que, por un interés que aún no podemos conocer, haya querido haceros creer que ese caballero ama á esa comedianta. No es posible habiéndoos visto á vos. A no ser que de tal modo le hayáis descorazonado... Yo no podía obrar de otro modo... y no me pesa, porque yo dominaré este amor que se me ha metido por el alma; le dominaré, os lo juro.
Pero Montiño estaba prevenido; el involuntario poder de fascinación de la comedianta, luchaba con el amor intenso, voluntarioso, tenaz, que Montiño sentía por doña Clara, y el joven vaciló un momento, pero se rehizo y se mantuvo firme, como un buen justador después de un tremendo bote de lanza recibido en el escudo.
Cuando el padre Aliaga y Quevedo, con gran trabajo, disimulando cuanto pudieron el estado de muerte de Dorotea, la pusieron en su lecho y se encerraron con ella, Quevedo se fué sin vacilar al cajón de la mesa donde, según la postdata de la carta póstuma de Dorotea á don Juan, estaba el testamento de la comedianta.
Tenía la actriz lindo palmito y gracia natural, con lo que, como era de suponer, andaban por ella muchos galanes bebiendo los vientos y haciendo no pocas locuras, algunas de las cuales fueron bastantes ruidosas, dado que á la comedianta no le desagradaban las aventuras.
¡Válgame Dios! dijo el padre Aliaga ; ¿pero en qué os ejercitáis, que baste á costear honradamente esas galas y esas joyas? ¿Quién habla aquí de honra? dijo la Dorotea, cuyo semblante se había nublado completamente . ¿A qué este engaño? ¿A qué ha subido á este desván? Demasiado sabéis, padre, que soy comedianta, y menos que comedianta... una mujer perdida.
Aquella misma tarde el tío Manolillo, el bufón, había ido á preguntar al tío Cornejo cuánto quería por matar á un hombre principal; y como el tío Manolillo es pariente, ó amante, ó no se sabe qué de la comedianta, y como la comedianta tiene celos de la reina, y como don Rodrigo Calderón es un hombre principal...
Pronunciad, pronunciad sin temor el nombre de esa señora dijo Dorotea ; no es la comedianta, no es la mujer perdida quien os lo pregunta, no es tampoco la mujer celosa; es vuestra hermana, vuestra buena hermana, que porque os ama, ama á la mujer que os ama y es también hermana suya; decidme su nombre. Doña Clara Soldevilla contestó don Juan con acento opaco. ¡Ah, la famosa menina de la reina!
Palabra del Dia
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