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Actualizado: 6 de junio de 2025


Pero el lazo que le unía a su esposa, continuaba firme, inalterable. El vivo sentimiento de adoración y de deseo que le había hecho cometer la primera vileza de su vida, no se apagaba. Por mucho que se alejase, por excéntrica que fuese la órbita de su vida, Ventura le retenía con los rayos de su belleza, seguía fascinando como antes sus sentidos. Lo adivinaba muy bien Cecilia.

Su esposa invitó al joven forastero a sentarse en el puesto vecino al de Cecilia. Pero ésta se había pasado al otro extremo de la mesa, y allí se disponía a sentarse. ¿Qué haces, chica? ¿Por qué no vienes a tu sitio? le preguntó doña Paula con sorpresa. La joven se levantó sin contestar, ruborizada, y vino a sentarse al lado de su novio.

Cecilia se acercó a él con paso firme y le alargó la mano con la misma plácida sonrisa de siempre. ¿Cómo te va, Gonzalo? Parecía que le había visto el día anterior, y que nada de particular había sucedido. Sólo su tez estaba un poco más pálida. Tal confusión se apoderó del joven, que no pudo contestar a esta sencilla pregunta sin balbucir.

Cecilia escuchaba estos dichos con la sonrisa, en los labios y ruborizada. Desde que habían comenzado los preparativos de boda, sus mejillas, antes tan pálidas, estaban casi siempre arreboladas. Esta animación y el brillo que la felicidad prestaba a sus ojos, si no bonita, la hacían interesante y simpática. No hay muchacha que en vísperas de casarse deje de serlo más o menos.

que su carácter no se presta a ocuparse en estos pormenores y cuidados que un enfermo necesita. No sirve para enfermera. Además, considera que ahora se encuentra en un estado en que hay que dispensarle muchas cosas... ¡Pero si es así en todo, Cecilia! ¡Si es así en todo! replicó el joven con tanta viveza como mal humor. ¡Si es una chiquilla que no tiene atadero!

No obstante, concluyó por ceder a los ruegos de ambas. ¡Era tan natural que no quisieran separarse! Pueden ustedes tener independencia. Yo me encargo de ello. Hay una sala grande, la sala amarilla... ya sabes, Cecilia... Tiene una alcoba espaciosa... Sólo falta el despacho para Gonzalo; pero ya he pensado en eso.

Cecilia los vió partir y se puso a rondar el cuarto de su cuñado sin atreverse a entrar. Este, al salir en busca de Pablito, se la tropezó en el pasillo, que estaba medio a obscuras. La joven le cogió repentinamente la mano, se la apretó con fuerza, y clavándole una mirada anhelante, le dijo: No te batas, Gonzalo.

Cuatro niñas y un niño llamado Alfonso, que se encuentra en Lyón empezando su educación clásica. Es un muchacho muy bueno: ¡quiera Dios que sea buen cristiano, sabio y dichoso! La niña mayor se llama Cecilia, tiene siete años y medio: es de una viveza extraordinaria, pero muy buena. Su hermana, que se llama Eugenia, tiene cinco años y medio: es muy sensible y de corazón excelente.

El salon de Santa Cecilia, situado en el Boulevard, es uno de los mejores así como el de Barthelemy y Vauxhall. En materia de espectáculos de todo género, Paris sobrepuja á todas las capitales de Europa, inclusa Lóndres: sabido es que los franceses aman lo ligero sobre todas las cosas. Mas tarde hablaré del Paris moral.

Su charla animada, el suave centelleo de sus ojos, aquellos ademanes graciosos y desenvueltos iluminaron su alma repentinamente y tocaron en ella a gloria. Olvidado de todo y enajenado por el timbre adorable de su voz se hallaba, cuando entró en la sala Cecilia. La vista de su víctima le produjo una extraña y violenta impresión. Levantóse del asiento automáticamente. Su fisonomía cambió de color.

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