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Actualizado: 6 de junio de 2025


Mañana se anuncia, al fin, el casamiento de mi primera hija, con un gentilhombre del Franco Condado, que se llama M. de Cessia. Cecilia es muy bella y más joven que él. A pesar de la diferencia de edad, él es muy bueno y razonable. A los dieciséis años recibió una herida formando parte del ejército de Condé, y cojea un poco.

Cecilia le escuchaba en silencio, el semblante severo, la mirada fija en el vacío. Las palabras de su cuñado sonaban en su alma como un acento de desolación. ; aquello era verdad, ¡por desgracia era todo verdad! Cuando terminó de hacer la apología del amor, hizo la de su amigo Paco Flores, un joven tan despejado, tan formal, hijo de una buena familia, con brillante carrera, etc., etc.

Nunca se acuesta antes de esta hora repuso Cecilia. ; pero ya sabes que emplea mucho tiempo en cerrar las puertas replicó doña Paula. Cecilia calló. Gonzalo les dió la mano con efusión, prometiendo volver al día siguiente. Después pasó al despacho del señor de Belinchón para despedirse.

La mujer que la asistió durante su agonía, me ha repetido después, una por una, todas aquellas palabras que pronunció continuamente: «Esposo mío... Hijos míos... Alfonso, Mariana, Cecilia, Eugenia, Sofía, Dios os bendiga. ¿Por qué no venís aquí para bendeciros yo también? ¡Alfonso!

En la madrugada del siguiente día había dos coches preparados para la marcha. Todo el equipaje lo ha arreglado la señorita díjome su doncella. No se ha acostado en toda la noche. Apenas estuvieron enganchados los caballos, Cecilia montó precipitadamente en la berlina.

Cecilia dijo una señora de edad madura, mirada altiva y de formas enjutas y angulosas; Cecilia, ponte el abrigo, y vámonos. En seguida, mamá. Pero acabo de comprometerme para una contradanza, y voy antes a disculparme. De ninguna manera exclamó la dueña de la casa. La señora D'Ortlies nos concederá un cuarto de hora...

Cecilia se estremeció levemente y levantó un poco los ojos hacia el sitio donde se escuchaba la voz de Gonzalo.

Tal vez de este modo nos iremos moderando un pocoConvertida en intendente general, pronto observaron los esposos cierta mejoría en sus negocios. Gonzalo cuando llegaba alguna cuenta, decía al criado sonriendo: «Pásela usted al administrador». El criado sonreía también y se la llevaba a Cecilia.

No sabemos lo que Cecilia pensó en aquel momento; pero bien pudo ser una cosa semejante a ésta: «; he podido hacer la felicidad de todos... menos la tuya». Alargó con un gesto de indiferencia los labios y respondió: ¡Qué le vamos a hacer! Esas cualidades las tienen todas las mujeres que no son bonitas. Las que pueden brillar, se ocupan de sus trajes, y tienen razón.

¡Trae, trae, Cecilia! ¡Deja eso! exclamó con el rostro echando fuego, contraído por forzada sonrisa. No; quiero verlo. Ya lo verás después; ¡suelta! Quiero verlo ahora. Vamos, niña, déjaselo ver. ¿Qué te importa? dijo doña Paula. No quiero que me lo quite nadie por fuerza gritó poniéndose seria. Después, comprendiendo la imprudencia de esto, tornó a ponerse risueña.

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