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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Los ojos medio cerrados, lucían por detrás de sus largas pestañas con íntimo gozo que la expresión indiferente y grave de su fisonomía no podía ocultar. Gonzalo trató de cruzar la venda por detrás, pero le fué imposible. Cecilia acudió en su auxilio metiendo la mano con decisión por debajo de la camisa.
Hay que advertir que algunas de ellas la tuteaban por haberse conocido de niñas. Es muy frecuente en los pueblos. Señorita, en estas sábanas tan finas se va usted a resbalar. No será ella sola la que resbale. ¿Verdad, Cecilia? ¡Anda, picarona, que buen mozo te llevas! No lo llevará tan guapo Venturita. ¡Quién sabe! replicaba ésta.
Cecilia se obstinó secamente en rehusar su consentimiento para que viniese a casa. Entonces Gonzalo, un poco irritado por la disputa, y herido en su amor propio por haberse jactado sin razón delante de Paco de su influjo sobre la joven, dejó escapar algunas frases duras: «¿Por ventura le parecía poco para ella? Paco no era rico, pero podía aspirar a su mano.
Temía la primera entrevista, y no le faltaba razón. Doña Paula le recibió con marcada frialdad, y hasta en los criados halló una sombra de hostilidad que le hirió. Por otra parte, la idea de encontrarse con Cecilia le hacía temblar. Mas cuando se presentó Venturita en la sala, todos los temores y tristezas se desvanecieron.
Gonzalo había venido a pie a la romería con Cecilia, la niña mayor y la niñera. Y como el camino era largo y pendiente, porque ésta no se cansase tanto, había traído a su hija en brazos casi todo el tiempo. Ventura odiaba las romerías. Además, su padre había llevado el carruaje a esperar al duque de Tornos, y pensar en que anduviese a pie media legua, era una monstruosidad.
Cecilia no temblaba ya: había tomado su resolución, y, resignada a todo, sin tener en cuenta otra cosa que su deber, contestó a media voz, pero con firmeza: Porque no quiero.
Estuvo reposando sobre un diván algún tiempo; mas el dolor y la incomodidad no desaparecían. Mirad; idos vosotros al baile. Yo me voy a meter en la cama dijo levantando la cabeza. Cecilia, por cuya mente cruzó súbito una sospecha, respondió: No; yo me quedo también. ¡Qué tontería! exclamó la enferma. ¿Vais a privaros de la única diversión que hay en Sarrió hace tiempo, por una cosa tan ligera?
Pero Gonzalo, o por vengarse de sus burlas anteriores, o porque en realidad no sintiese ante el personaje el embarazo y respetó que los demás, no amainó en la manía de platicar con su cuñada y hacerla reir. La fraternidad cariñosa de los dos cuñados, no decrecía. Gonzalo y sus hijas pertenecían a Cecilia. En todos los momentos de su vida, la influencia de ésta se dejaba sentir suave y bienhechora.
Vamos, Cecilia, suelta; no seas mala. ¡Vaya un empeño! ¡Suelta tú, que me lastimas! ¿Quién eres tú para quitarme el papel de la mano? profirió con rabia, poniéndose esta vez seria de verdad. ¡Suelta, suelta, fea, narices de cotorra, tonta!... ¡Suelta, o te araño! añadió con los ojos centelleantes y la faz descompuesta por la cólera.
Levanté los ojos y me pareció reconocer en la joven el porte elegante y gracioso, la fisonomía encantadora de mi linda bailarina, de la señorita Cecilia D'Ortlies: mis dudas se convirtieron en certeza cuando divisé, algunos pasos detrás de ella, a una mujer que, provista de un álbum y del indispensable lápiz, escribía al mismo tiempo que andaba.
Palabra del Dia
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