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Actualizado: 6 de mayo de 2025


Vive con su padre; que cuenta ya ochenta y seis años, de carácter imperioso y absoluto, y dos hermanos solteros. Es un excelente casamiento que, aunque me preocupa un poco, espero ha de hacer la felicidad de mi Cecilia. Alfonso está en París; ha sido muy bien acogido por M. de Pansey, consejero de Estado y presidente del Tribunal de Casación.

A pesar de lo que me has dicho hace ya tres días, no he sabido, hasta ahora, que hayas hablado con mamá o con papá, ni que les hayas escrito... Por el contrario, no sólo dejas el tiempo correr, con lo cual cada vez empeoran las cosas, sino que te veo más atento y cariñoso que nunca con Cecilia... Gonzalo hizo un gesto negativo.

Mucha gente acudió corriendo al teatro del suceso. Cecilia y Gonzalo, que vieron el movimiento, quisieron enterarse. Un amigo, conocedor de la verdad, les dijo que se trataba de una reyerta entre aldeanos, y procuró llevarlos más lejos todavía. Mientras tanto, el médico de un concejo inmediato, que allí estaba, fué avisado para que viniese a curar al herido.

Cuando las diferentes piezas de ropa estaban terminadas y planchadas, Cecilia las iba poniendo cuidadosamente en una cesta.

Su esposa, doña Paula... ¿Pero por qué se despierta tal y tan prolongado rumor en el teatro a su aparición? La buena señora, al escucharlo, queda temblorosa y confusa, no acierta a desembarazarse del abrigo, y su hija Cecilia se ve obligada a quitárselo y a decirle al oído: ¡Siéntate, mamá!

En los días que siguieron, éste no se mostró irritado, ni aun severo con la delincuente. Toda su cólera y malquerencia eran para el Duque. Le acusaba de haber abusado inicuamente de la confianza de su suegro para despertar en la pobre Cecilia pasiones que siempre habían estado dormidas.

El capellán leía el Año cristiano en alta voz, y poblábase el ambiente de historias con sabor novelesco y poético: «Cecilia, hermosísima joven e ilustre dama romana, consagró su cuerpo a Jesucristo; desposáronla sus padres con un caballero llamado Valeriano y se efectuó la boda con muchas fiestas, regocijos y bailes.... Sólo el corazón de Cecilia estaba triste...». Seguía el relato de la mística noche nupcial, de la conversión de Valeriano, del ángel que velaba a Cecilia para guardar su pureza, con el desenlace glorioso y épico del martirio.

De la cazuela bajaron con fuerte traqueteo casi todos los marineros que allí había. Y de los palcos y butacas salieron también numerosas personas. A los pocos minutos no quedaban apenas en el teatro más que las mujeres. Cecilia se había quedado inmóvil, pálida, con los ojos clavados en la escena. Su madre y hermana la miraban en tanto con semblante risueño.

Pero, querida mía, esas sonrisitas delante de gente, esos apartes no son tolerables. Si esto dura algunos días más, me parece que voy a restablecer el orden de un modo que ella no puede sospechar siquiera. Cecilia procuró calmarle. Si él mismo convenía en que todo ello dependía del carácter romancesco de Venturita, ¿a qué exaltarse de aquel modo? Los celos eran ridículos.

No es lo mismo ver a una mujer cortos instantes, y hablarla de Pascuas a Ramos, que tenerla a su lado eternamente. ¡Qué más quisiera yo, Cecilia! Tenerla junto a siempre, ¡siempre! replicó en voz baja y temblorosa el ingeniero, jugando con el abanico y mirando fijamente al suelo.

Palabra del Dia

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